jueves, 7 de julio de 2022

Mi otro yo sonámbulo

 


 

Me despertó la vibración del móvil. Alguien me estaba llamando. Ahora el profesor de escritura creativa me diría que empezar un texto con alguien despertando es un lugar común y un cliché. Pero la historia comenzó así, no comenzó de otra forma, déjame vivir y hacer lo que me salga de los huevos, joder, yo no me meto con tu vida, haz tú lo mismo con la mía.

La cuestión es que cogí el teléfono, era un número desconocido y la chica preguntaba por mí. Le dije que sí, que era yo. Ella me dijo que me llamaba porque tenía una llamada perdida mía.

-¿Cuándo se supone que he hecho esa llamada? –le pregunté.
-Pues hace dos horas.

Dos horas atrás yo estaba durmiendo, era imposible que yo llamara.

-Pues mi teléfono me hace cosas últimamente, no sé qué ha pasado.
-¿Te sigue interesando nuestro puesto de trabajo?
-¿Qué puesto?
-Te llamamos hace unas semanas para ser editor de vídeo.
-Ah sí, ya recuerdo.
-Pues si te interesa te llamaremos pronto.
-De acuerdo.

Colgué el teléfono. ¿Y si me había vuelto un sonámbulo que hacía cosas raras cuando dormía? ¿Y si tenía una vida paralela y había un Tyler Durden circulando por Madrid sin que yo lo supiera? Tal vez hasta estaba cometiendo crímenes y no era consciente de ello, pero no era la primera vez que sospechaba que mi teléfono hacía cosas raras y no entendía por qué.

Ya no me puede dormir, por las noches tampoco podía dormir bien. Tener insomnio es una mierda porque nunca estás despierto del todo ni nunca estás dormido del todo. Vives en un limbo de cansancio, con ganas de dormir y sin poder hacerlo. Algo así pasa con mi vida. He terminado el máster que vine a hacer, tengo unos meses por delante antes de reincorporarme a mi antiguo puesto de trabajo, tengo tiempo en mi vida pero estoy en un limbo emocional, mental, laboral y espiritual que supone la completa indefinición de mis actos y que no sé hacia dónde me conducen.

Abrí la nevera. Vi que la luz de dentro no se encendía. Vi que nada estaba frío. Otra vez se había parado el motor de enfriamiento de la nevera y se me había estropeado casi todo. Llamé a la casera indignado, le dije que llevo más de un mes esperando que me cambie la nevera porque ya es la séptima vez que me hace esto y que si no me la cambia no pagaré el alquiler y que ya estoy harto de perder dinero comprando comida que luego se me estropea. Se disculpó y me dijo que hacía poco que había tenido un hijo y con el lío se le había olvidado completamente. Le di la enhorabuena y le dije que muy bien, pero que quería mi nevera nueva que me prometió.

Me fui a comer un sándwich a mi bar favorito. Es totalmente decadente y siempre estamos los mismos allí, el camarero ya me llama por mi nombre. En la tele ponían el partido de Nadal y había una pareja delante de mí viendo el tenis. Cada vez que Nadal anotaba un punto él se emocionaba y gritaba “¡Qué grande eres Nadal!” y acto seguido, tras la emoción, le daba un beso a su novia. Lo repitió muchas veces, punto de Nadal y gesto cariñoso con su novia. Pensé que se excitaba con Nadal y le motivaba a ser cariñoso con ella. Pensé que tal vez en la cama cuando follaban él pensaba en Nadal para que se le levantara. Pensé que cada uno tiene sus parafilias y la de él era esa. Todo es respetable y nunca juzgo.

De hecho una vez una amiga, Lola, tras mucho insistir por mi parte, me confesó su parafilia más secreta. Me dijo, muy temerosa de ser juzgada, que se excitaba viendo vídeos de asesinatos reales, de ejecuciones, de ajustes de cuentas de narcos, de decapitaciones. Me decía que verlos les producía una sensación que le ponía muy cachonda y no podía evitar masturbarse cada vez que los veía. Esperó mi reacción y no le dije nada, tuve mis dudas sobre si era verídico, pero por la expresión de vergüenza que tenía me di cuenta que su declaración era real. No le dije nada, no la juzgué, pero era de las cosas más extrañas que me habían contado en mi vida.

Un día decidí ponerla a prueba. Me puse a buscar en Google vídeos de ese tipo. Me extrañó lo realmente fácil que era encontrarlos. Vi uno en el que estaban matando a un hombre a hachazos. No acabé de verlo porque cuando veo un vídeo de esos acabo traumatizado una semana. Pero copié el enlace, abrí el chat de mi amiga Lola y le pegué el link y le dije: “Mira lo que he encontrado para ti”. Al cabo del rato me contestó, me dio veinte veces las gracias, me dijo que le había excitado mucho recibir el vídeo y poder compartir eso conmigo, que iba a masturbarse gracias a mí.

Entonces pensé que si seguía con ella y le excitaban esas cosas tal vez algún día intentaría estrangularme y matarme y se excitaría con eso. Sería como la Sharon Stone de Instinto Básico y tal vez guardaba un picahielos debajo de su cama para clavármelo por la espalda cuando hiciéramos el amor. Me asusté un poco y sin decirle nada me distancié de ella. Quería seguir vivo y perpetuar mi inexplicable existencia y con ella corría peligro.

Al salir del bar pasé por delante de unos sitios de copas por los que siempre paso. La juventud se agolpaba allí bebiendo y riendo. Los miré a todos. Cuando voy por la calle me fijo en todo el mundo, pienso en la gente que me follaría, en qué le haría a esa chica, en lo imbécil que parece esa persona, en qué estará haciendo aquel. Mi mente no para, pero desde hace un tiempo me doy cuenta de que ya ninguna chica guapa me sostiene una mirada. Ya soy invisible para ellas, pertenezco a un mundo que a ellas ya no les interesa, estoy a punto de cumplir cuarenta años y para esas chicas ya no formo parte de su rango de gente interesante salvo que tengan serios daddy issues. Supongo que en esto consistía el hacerse viejo. Había visto muchas películas sobre el paso del tiempo, sobre la vejez, sobre el deseo sexual, pero ahora ya lo estaba viviendo. Me estaba haciendo viejo y siempre pensé que eso de hacerse viejo era algo que les pasaba a los demás, que era como algo abstracto que nunca llegaría, que yo siempre sería joven, que a mí nunca me tocaría, y sin embargo ya había llegado el momento. Me he quedado calvo y las chicas odian a los calvos. Hay mucha calvofobia, que a mí me da igual porque yo me acepto, pero la gente no me acepta. A veces  algunas personas delante de mí, para referirse a otro que no está presente, le llaman “calvo de mierda” sin darse cuenta que estoy yo. Es como esa vez que insulté a un jugador de fútbol rival llamándole negro de mierda, y había un negro viendo el fútbol conmigo y quise morirme de lo imbécil que fui.

Siento que hay un mundo que ya no me pertenece y que nunca me perteneció. Siento que no aproveché demasiado algunos momentos, o que aplacé cosas y al final nunca llegaron. De lo único que me arrepiento en la vida es de no haber hecho cosas que no hice porque fui gilipollas. Si eres joven y estás leyendo esto, este es mi consejo: hazlo. Haz lo que sea, vívelo, peca, jode, folla, di lo que sientes, no te guardes nada, porque luego te quedará siempre la duda en tu vida de “¿Qué hubiese pasado si…?” y es muy duro vivir con eso.

Volví a casa. Abrí la nevera. Siempre busco dentro de la nevera la solución a mis problemas, como si allí se hallara el aleph que es el principio y final de las cosas, pero ahora solo veía unas lonchas de queso rancio y comida que se había estropeado. Lo curioso era que a la nevera funcionaba, enfriaba, pero el contenido de lo que había en ella ya no valía, se había echado a perder, pasó el momento de esa comida y comérsela ahora sería contraproducente y podría generarme un dolor de estómago brutal o una diarrea de dimensiones épicas.

Pensé que era mejor no comer nada, que lo mejor era irse a la cama y esperar a que mi otro yo, el sonámbulo, el que sueña, pudiese cumplir sus promesas e hiciese lo que yo nunca hice y encentrase en la poesía de ficción ese lugar que en la realidad nunca existió. Esperé a que mi yo sonámbulo tuviese una vida más feliz que la mía y me daba mucha pena que si tenía un desdoblamiento de personalidades no poder recordar la vida de la que no soy consciente, la que nunca viví, la que nunca me perteneció, la que pudo haber sido.

Me acosté, pero antes cogí el móvil y miré Instagram. Entré en un perfil de una persona. Miré sus últimas fotos. Menos mal que Instagram no notifica a nadie que has entrado en su perfil porque sería muy siniestro que ella descubriera que es mi último pensamiento del día, que su imagen es lo último que veo antes de cerrar los ojos y esperar que, en los sueños, todo sea posible.

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