jueves, 18 de agosto de 2022

Las cosas que no hice

 


Estaba en la aduana para entrar en EEUU. Atravesé el umbral del detector de metales y el policía me miró de arriba abajo y me dijo que lo acompañara. Me registró entero, un perro me olió en busca de sustancias y me tomaron las huellas dactilares. Había pasado muy poco tiempo desde el 11-S y las medidas en los aeropuertos eran extremas. El policía me pidió que le enseñara el contenido de mi mochila y empezó a sacar todo: una libreta, bolígrafos, guantes, chicles y entonces extrajo el diario de Ángela. Lo abrió y empezó a hojearlo.

Ángela me hizo prometer que nadie leería el diario que me había prestado. También me dijo que yo lo leyera sólo cuando llegara a Estados Unidos. El policía, al leerlo por encima, estaba haciendo que yo rompiera la promesa, pero no podía detenerle. Tal vez se pensaba que podía guardar un arma dentro del diario de Ángela.

Como compensación a que Ángela me dejara leer su diario yo le había dejado el mío. Yo escribía en una agenda todos los días lo que me pasaba, lo que pensaba y cómo me sentía. Era un buen registro para calibrar tiempo después cómo había evolucionado.

Llegué al destino. Podría hablar ahora del viaje a Estados Unidos y de lo que hacía allí pero eso no es lo importante. La cuestión es que por fin conseguí estar en la cama, solo y abrí el diario de Ángela.

Comencé a leerlo y desde el principio vi que en el diario hablaba mucho sobre mí. Apuntaba los días que me había visto, las cosas que le había dicho y hacía observaciones muy generosas sobre mi persona. Incluso describía la ropa que llevaba, cosa de la que no era consciente ni yo, que siempre me pongo la primera prenda que tengo a mano. También hablaba un poco de sus padres, de su vida cotidiana y, sólo un poco, de su novio, del cual decía que le daba asco cuando la besaba y que no lo soportaba.

Me sorprendió ver la cantidad de detalles de mí en los que se fijaba, cosas de las que yo no era consciente, cosas sobre las que ni yo mismo habría reparado. Me estaba viendo a mí mismo a través de otra persona y era una experiencia alucinante. Pero no lograba entender por qué se empeñó tanto en que yo leyera eso, por qué me confesaba así sus sentimientos, no sabía qué quería de mí si tenía novio.

Me sentí abrumado ante tanta atención, no sabía cómo reaccionar a lo que había leído en ese diario. Estaba halagado y a la vez confuso. Nunca alguien me había hecho algo así. Mi relación con Ángela era muy formal, muy correcta, quedábamos a menudo, hablábamos mucho, a veces me invitaba a su casa y veía a su gata, nos prestábamos libros y luego los comentábamos. Me lo pasaba bien con ella, pero las notas de su diario eran de un calibre más emocional y más profundo de lo que aparentaba en el trato personal.  

Durante mi estancia en EEUU logré hablar con Ángela unas cuantas veces a través del MSN. Me preguntó si ya había leído el diario y le dije que sí. Quiso saber qué me había parecido y le dije que sería mejor hablarlo en persona.

Al volver a España quedé con ella para devolverle su diario y que me devolviera el mío. Me dio un abrazo un poco más largo de lo habitual.

-Te he echado mucho de menos, Fredy –me dijo.
-Yo a ti también.

Me preguntó por el viaje, estuvimos hablando mucho sobre la cultura americana y todo lo que había hecho por allí hasta que al final se atrevió a preguntar.

-¿Qué te ha parecido lo que has leído en el diario?
-Me ha sorprendido muchísimo que hables tanto de mí.
-¿Por qué te sorprende?
-Porque no me lo esperaba, es como que me das mucha importancia.
-Claro que te la doy, ¿nunca lo has notado?
-Sí, bueno, pero hablas de mí en unos términos muy emocionales.
-Es todo lo que siento por ti, Fredy.

Nos quedamos mirándonos un buen rato. Había una tensión extraña en el ambiente.

-¿Tú has leído mi diario? –le pregunté
-Por supuesto.
-¿Y qué tal?
-Me ha llamado la atención cómo hablas de tu familia y cómo te afectan las cosas, lo sensible que eres. En realidad es que me pareces alguien muy especial.
-No me digas eso, que me ruborizo.
-Es la verdad, pero flipé mucho con una cosa.
-¿Con qué?
-Leí que una noche dormiste con Nina en tu cama.
-Sí, es verdad. Pero no pasó nada más.
-Cuando lo leí pensé muchas veces en que me gustaría ser ella.
-¿Por qué?
-Porque me encantaría dormir contigo una noche.
-Bueno, pues se puede ver algún día que no estén mis padres.
-Hecho.

 

Una noche quedamos todo el grupo de amigos de Cullera y Ángela se vino con nosotros. No se despegó de mí en toda la noche. Bebimos, bailamos y notaba a Ángela muy atenta conmigo. Mis padres se habían ido de viaje y quedamos en que dormiríamos juntos. Le dije a mi tía abuela que no dijera nada a mis padres y me guardó siempre el secreto.

La fiesta terminó y Ángela y yo nos íbamos a mi casa juntos. Hablamos un poco sobre Jodorowski y su libro “La danza de la realidad”, decía que le inspiraba algo de miedo todo el tema de la psicomagia. Yo le decía que tenía que tomárselo como un tema de sugestión que también podía curar y que, además, Jodorowski tenía una vida muy interesante.

De pronto, no sé cómo, empezamos a hablar de sexo. Me dijo que no solía hacer sexo oral porque no le gustaba el sabor y que empleaba algunos métodos poco tradicionales para hacerlo. Le pregunté por esos métodos y me dijo que untaba el pene con una piruleta para que hiciera mejor sabor.

-¿Tienes una piruleta el bolso? –le pregunté
-No seas imbécil, -se rio- no hago esas cosas con cualquiera.

Yo llevaba condones en la cartera pero ella no lo sabía.

Llegamos a mi casa y ella se puso su pijama. Mi cama era muy estrecha y yo me metí a la parte de dentro. Nos tapamos bien porque era invierno y Ángela me miró a los ojos, muy cerca, y me preguntó si hoy no iba a escribir en mi diario antes de acostarme. Le dije que no, que lo escribiría mañana.

Entonces Ángela me dio un beso en la boca suave, lento, con mucha ternura, me dio las buenas noches y me abrazó.

-¿Qué te pasa? –me preguntó.
-Nada, ¿Por?
-No sé.
-¿No sabes qué?
-¿Por qué hablabas tanto de Nina en tu diario y de mí no?
-Pienso mucho en ella.
-¿Te gusta?
-Sí.

Dejó de abrazarme y se giró hacia el otro lado con cierto disgusto.

**********

Pasaron unos días y Ángela me llamó llorando.

-Gabriel ha leído mi diario, ha leído todo lo que digo de ti, ha leído que hemos dormido juntos.

Gabriel era su novio. Ángela se fue a la ducha y al volver se lo encontró leyendo el diario sentado en el borde de la cama, llorando al ver todo lo que había escrito y le preguntó qué significaba todo eso. La dejó para siempre en ese mismo instante.

Ángela dejó de hablarme paulatinamente, se distanció poco a poco hasta que perdí el rastro de ella. Tan sólo me contó que al tiempo había conocido a otro chico y estaba saliendo con él. Decía que le gustaba mucho porque se parecía mucho físicamente a Enrique Bunbury, pero que no cantaba ni lo imitaba tan bien como yo.

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