domingo, 19 de junio de 2022

La escritora



Andrea me esperaba en la parada de Callao. Habíamos quedado después de hablar en Twitter por mensajes privados. Me había preguntado si me gustaba el realismo sucio porque veía en mi estilo trazos de Bukowski. Le dije que sí, que me gustaba, pero que el viejo Hank se había construido un personaje perdedor y solitario cuando en realidad era muy culto y no tenía una vida tan perdida como parecía. Me dijo de quedar porque había leído mis relatos, le gustaban y quería enseñarme los suyos. Le dije que estaría encantado de leerlos.

Subí las escaleras y la vi sentada en los escalones leyendo un libro de Bukowski. Era “Fragmentos de un cuaderno manchado de vino”. Se puso de pie y me dio dos besos. Apenas la había visto en su foto de perfil, pero al verla me di cuenta de que Andrea era guapísima, tenía un cuerpo que podría hacer desmayarse a cualquiera. Sugerí que fuéramos a un Starbucks de Plaza de España. Me había quedado sin palabras y ella comenzó a hablarme del arte que le gustaba. Me dijo que su pintor favorito era Magritte porque le teletransportaba a otros mundos. Ella llevaba la iniciativa de la conversación. Era muy agradable conversando, no soltaba muchas bromas pero lo compensaba con candidez y siendo muy atenta.

Nos sentamos en una mesa en el piso de arriba, justo al lado de la ventana que da a Plaza de España. Teníamos vistas al monumento de El Quijote y Cervantes. La invité a café y sacó de su mochila un manojo de folios que me entregó. Me instó a que leyera sus relatos y me puse a ello.

-¿Esto que escribes ha pasado de verdad?
-¿Qué más da? Lo importante es la construcción del relato.
-Tienes razón.
-Pero sí, es verdad.

De vez en cuando paraba de leer, levantaba la mirada y la observaba a ella. Me miraba fijamente dando sorbos a su café. Acabé de leer y le dije que lo que había leído me había fascinado, que era realmente bueno, que tenía una sensibilidad única escribiendo y que los relatos eran profundos y muy sugerentes. Tenían una construcción perfecta porque no explicaban nada, eran sutiles y estaban muy bien escritos. Me dijo que está yendo a unos cursos para escritores donde estaba aprendiendo mucho. Le dije que no abandonara la escritura nunca, que tenía talento y que iba a mejorar mucho con los años.

Le sugerí que fuéramos a dar una vuelta y nos fuimos a la librería de La Central. Ella paseaba entre libros, hojeándolos y disfrutando de ellos. Se notaba que amaba la literatura y que era lo único que le apasionaba. Yo le sugerí que comprase el libro de “Historias de Cronopios y Famas” de Julio Cortázar.

Salimos de la librería y no teníamos a dónde ir y entonces la invité a que fuéramos a mi casa porque quería que probara un té turco que tenía de importación y podía enseñarle más relatos míos. Aceptó sin pensárselo y cogimos el metro hasta mi parada. En el metro le conté todos mis problemas que tuve en la universidad y le conté cuando intentaron expulsarme por una gilipollez. Parecían divertirle mis historias.

Llegamos a casa y preparé té, nos lo bebimos y le dije que le iba a enseñar más relatos. Tenía el ordenador en mi cama así que nos fuimos hasta ella, nos tumbamos en ella y le enseñé lo que estaba escribiendo y comenzamos a leerlo a la vez. Ella manejaba el cursor del ratón y bajaba muy rápido la pantalla cuando yo aún no había leído ni la mitad.

-¿Ya te has leído todo?
-Sí.
-Pero tú lees muy rápido.
-Sí, bueno, es un don que tengo.

Me dijo que le gustó mi relato y que le gustaba mucho cómo escribo y las cosas que digo, que por eso quería conocerme.

-¿Sabes qué estoy pensando? –le dije.
-¿Qué?
-Que me apetece mucho besarte.

Entonces se dibujó una sonrisa en sus labios, apoyó sus manos atrás y se inclinó.

-Pues hazlo.

Me acerqué y la besé con unas ganas infinitas. Era pasional, entregada y dulce. Cuando terminamos estuvimos abrazados unos minutos, tenía una mirada muy profunda, unos ojos negros que parecía que te miraban más allá de lo epidérmico. Entonces habló.

-No creas que estoy jugando a parecer mayor con todo esto. Me gustas de verdad.
-¿A qué te refieres?
-Pues por la diferencia de edad.
-Yo no pienso en nada.

La acompañé hasta la parada de metro. Me dijo que ahí no nos podíamos dar un beso y se fue.

Los días siguientes continuamos hablando por whatsapp. Se le notaba interés y eran muy agradables las conversaciones con ella. Cada vez que escribía un relato nuevo me lo mandaba y yo lo leía en el lugar que me pillase, interrumpía todo y centraba toda mi atención en leerla. Seguían siendo relatos geniales, con estilo propio y con un toque de magia indefinible.

Un día me habló por whatsapp.

-Me he hecho unas fotos que quiero que veas.
-De acuerdo, pásamelas.

Me las pasó y eran fotos semidesnuda en el espejo de su casa.

-¿Y esto así tan de repente? –le pregunté.
-Creía que te gustarían –me dijo.
-Sí, me gustan, me encantan, pero me ha sorprendido así sin contexto.
-La verdad es que me gusta mucho cómo me miras, me gustaba ver cómo me mirabas el otro día. Me das mucha confianza.
-Agradezco mucho que lo veas así.
-Podríamos quedar otra vez y ver una película.
-¿Qué película te gustaría ver?
-Deberíamos ver Lolita de Kubrick.
-Ya la he visto, pero no me importaría verla otra vez contigo.
-La quiero ver porque tú eres Humbert Humbert.
-No me digas eso, él es un personaje desquiciado, patético y lamentable.
-Yo no lo veo así.

 

Días después estábamos en mi cama viendo Lolita de Kubrick. Mientras la veíamos nos acariciábamos muy sutilmente, teníamos gestos de cariño, le pregunté si le importaba que la acariciara y me decía que no, que le gustaba mucho.

En mitad de la película me habló.

-Me tengo que ir en una hora y creo que a la película aún le queda más de una hora.
-¿Y qué quieres decir con eso?
-Me gustaría hacer otras cosas.

Puse el pause en la película y la besé. Parecía que lo estaba esperando desde hacía rato. Fue maravilloso, no podía creerme que alguien así estuviese conmigo, había una descompensación de belleza muy exagerada y yo sólo trataba de disfrutar porque un fallo así de la Mátrix no se daría muchas veces en mi vida y no sabía cuánto duraría. Realmente me encantaba su presencia, oír sus historias y el cariño que, sin ella saberlo, me estaba dando.

Después la acompañé al metro, nos despedimos sin beso y volví a mi casa. Reanudé la pausa y la continué viendo la película.

De pronto ya no me escribía tanto. Prolongaba mucho cada mensaje que mandaba, pasaba mucho tiempo cada vez que recibía una respuesta de ella.

-¿Te pasa algo? –le pregunté.
-¿Por qué lo dices?
-Te noto más distante y fría últimamente conmigo.
-No es por nada tuyo.
-¿Y por qué es?
-Bueno, creo que debo ser sincera contigo.
-Siempre es lo mejor.
-¿Te acuerdas del chico que te comenté que estaba conociendo y que a veces nos liábamos?
-Sí.
-Pues he decidido centrarme en él. Creo que es lo que más me conviene y dejar esto de lado.
-¿Con “esto” te refieres a vernos?
-Sí.
-Pues gracias por decírmelo, porque no entendía nada.
-Es que tenía miedo de decírtelo.
-¿Por qué?
-Por si me decías que o todo o nada.
-No soy así.

 

Dejamos de hablar tan a menudo. Nos felicitábamos los cumpleaños y alguna vez al año le preguntaba qué tal estaba y si continuaba con la literatura. Ella seguía escribiendo y estudiando para ser una gran escritora.

La seguía en redes sociales y estaba al día de los concursos literarios que ganaba, de sus avances y de lo que dejaba mostrar en redes.

Un día eché en falta su presencia en redes, hacía tiempo que no veía nada publicado de ella y entré en su perfil. Me había bloqueado de Instagram. Miré en Facebook y también me había borrado. Entré en Whatsapp y vi que su foto de perfil aún estaba visible, significaba que de ahí no me había borrado.

-Oye, ¿Te ha pasado algo conmigo que me has borrado de todas partes? –le pregunté.

A los minutos vi que su foto de perfil de whatsapp también había desaparecido y nunca supe la razón. De twitter también había desaparecido.

Años más tarde vi que se creó un nuevo perfil de twitter, más oficial, más de escritora. Vi que ganó un premio nacional muy importante. Me alegré mucho por ella y decidí felicitarla vía twitter y decirle que sabía que llegaría lejos.

Su respuesta fue clara: me bloqueó de nuevo en su nueva cuenta.

A veces todavía sueño con ella, se me aparece en mi mundo onírico como un fantasma que hace que me cuestione si todo aquello fue real o una alucinación.

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