martes, 12 de abril de 2022

Granada

Lo último que pensaba es que me pondría nervioso antes de conocerla. Me estaba vistiendo y me dio mi típico ataque de ansiedad que viene cuando siento incertidumbre. Había ido hasta Granada a pasar unos días de relax. Lo único que me apetecía era desconectar del trabajo porque tenía cinco días libres. La pandemia me había tenido casi un año en casa, como a todo el mundo, y quería irme unos días a un hotel solo, irme de bares, de restaurantes, visitar museos y dar vueltas por una ciudad desconocida.

Allí vivía Daniela y le dije si le apetecía que fuera unos días a Granada a verla. Me dijo que sí, que sin duda, pero que ella trabajaba en un bar y sólo podría verla fuera de su horario de trabajo.

Mi respiración se aceleraba, mi ritmo cardiaco aumentaba, sentía esos típicos nervios que son placenteros, esos que sientes cuando algo bueno va a pasar. De pronto recibí un mensaje de Daniela, me dijo que fuera a su casa una hora más tarde porque quería limpiarla para que esté presentable para mí. Le dije que no hacía falta, que me mostrara su casa como está habitualmente, que quería conocerla en su hábitat natural y siendo ella misma, que no se esforzara por mí. Pero me dijo que una cosa es conocerla siendo ella misma y otra tener la casa hecha una porquería.

Salí del hotel después, saludé a la recepcionista a la cual le dije que empatizaba mucho con ella pues yo también era recepcionista y yo no quería ser el clásico cliente pesado a los que tenía que aguantar.

Puse en Google maps la ubicación de su casa. La ansiedad aumentaba. Nos conocimos hacía siete años a través de Twitter en una época mía muy oscura en la que usaba la red social para violentar al mundo. Nos dimos los teléfonos y desde entonces habíamos hablado muy a menudo pero nunca nos habíamos visto.

Llegué hasta su calle. Ella había ido a comprar algo para beber y me iba a esperar en el portal. Yo buscaba el número de su casa hasta que la vi a lo lejos. Me saludó con la mano. Sonreí con mascarilla.  Me acerqué y nos dimos un abrazo. Estaba realmente nervioso y no sabía qué decir.

-Eres mucho más guapo en persona –fue lo primero que me dijo.

Sonreí más aún y subimos a su casa. Me preguntó si podía quitarse la mascarilla, que ella ya había pasado el covid y que no me preocupara. Le dije que sin problema y que yo iba a hacer lo mismo. Y una de las cosas que también me hacía mucha ilusión era conocer a sus gatas, así que lo primero que hice al entrar fue buscarlas, me metí en su habitación sin preguntar, como si fuera mi propia casa y empecé a llamar a su gata nueva. La vi y era adorable, era muy pequeñita y parecía una ratita. La empecé a llamar ratita, que parece un apodo muy peyorativo, pero se lo decía con mucho amor. Luego conocí a la gata blanca, la que tenía más tiempo, y se escondía debajo de la mesa encima de una silla. Traté de darle de comer pero me ignoraba y huía de mí.

Daniela me sirvió cerveza y me invitó a sentarme en su sofá. La miré fijamente. Ella también era mucho más guapa en persona y sus ojos tenían un poder que no se veía en ninguna de sus fotos y vídeos. Tenían un brillo y una calidez especial, igual era ese brillo del que hablaba Lola Flores.

Entonces Daniela tomó la palabra.

-Perdona, quizás debería habértelo dicho antes, pero tengo una reunión y van a venir unas personas ahora. Espero que no te importe –me dijo.
-¿A mí qué me va a importar? Yo estoy encantado con lo que hagas.
-A ver, es que es una reunión de trabajo.
-¿De trabajo?
-Sí, es que tengo otro trabajo para ganarme un sobresueldo.
-¿A qué te dedicas? –le pregunté pensándome lo peor.
-Paso droga.
Estallé en una carcajada
-¿De verdad? ¿Y ganas mucho dinero?
-No, no gano mucho, es más que nada para fumar gratis y al mes gano apenas unos sesenta euros.
-Bueno, no está mal.
-Es que odio ser camarera y necesito fumar porros. Sé que lo debería dejar pero me gusta. Espero que no te importe ni cambie tu concepto de mí.
-No va a cambiar nada, me resulta mucho más divertido que me cuentes esto.

De pronto llamaron al timbre. Eran  ellos. Le pregunté si eran clientes y me dijo que no, que son sus proveedores. Entonces se dirigió a una estantería, sacó un bote y lo volcó sobre la mesita, comenzaron a caer un montón de billetes.  Flipé porque era mucho dinero para lo poco que me había dicho que ganaba. Ella empezó a contar billetes.

Aparecieron dos personas. Uno tenía la cara tatuada y el otro tenía el pelo naranja y llevaba una bolsa abierta de Gublins en la mano. Saludaron a Daniela. Me presentó ante ellos diciendo que era un buen amigo que ha venido desde Valencia. Daniela acabó de contar el dinero. Ellos aguardaban comentando cómo les había ido el día, decían que se habían metido eme e iban un poco colocados.

Daniela rompió el silencio y les dio el dinero pero les dijo que no le gusta lo que le hicieron la semana pasada, que la estaban tangando. La situación se volvió tensa, no sabía quiénes eran ellos y pensaba que podrían ser unos narcos peligrosos que no aceptaban recriminaciones y lo solucionarían todo a balazos. No sabía el nivel de confianza que tenía Daniela con ellos para tratarlos así.

Pero ellos se disculparon y dijeron que eso ya estaba hablado. Entonces el del pelo naranja sacó de dentro de la bolsa de Gublins una tableta de costo y se la dejó sobre la mesa. Era la mercancía de la semana. Ella se la guardó y continuaron con la charla como si nada.

El de la cara tatuada habló de su proyecto musical y dijo que tenía doscientas mil visitas en sus canciones de trap y que ya estaba ganando mucho dinero con ello. Descubrí que era un cantante algo famoso en ese círculo y nos enseñó algunos de sus videoclips. Me sorprendió la calidad técnica de alguno de ellos y comprendí que tenía buen gusto por la estética y el arte. Al principio pensaba que era un colgado de la vida pero las apariencias engañan.

Después les pregunté qué tal habían pasado el confinamiento y el cantante de trap me dijo que había tenido muchos problemas mentales, de ansiedad, de depresión y que no lo había pasado nada bien. Les digo que es algo muy común, que mucha gente en la pandemia ha tenido que recibir ayuda psicológica y él me dice que sí, que él ha ido a la psicóloga y que le ha ayudado mucho pero lo que más le había ayudado era consumir drogas habitualmente.

La charla estaba resultando muy agradable. Ya no tenía un concepto de ellos como narcos peligrosos sino como jóvenes muy amables que tenían inquietudes en la vida.

Finalmente los chicos se fueron y nos quedamos Daniela y yo solos. Le pregunté qué tal llevaba eso de compaginar el trabajo de camarera junto con el dar clases particulares y a la vez sacarse un doctorado. Me habló de su proyecto de final de carrera, de lo que significó para ella y la vi muy ilusionada con la idea de ser doctora y ser algún día profesora de universidad. Le dije que admiraba mucho su entusiasmo y que envidiaba que tuviese un proyecto de vida tan claro.

Entonces dijo algo que me cambió la vida:

-¿Y por qué no lo haces tú? -preguntó
-¿El qué?
-Un doctorado.
-¿Para eso necesito un máster?
-Sí.
-No tengo ningún máster.
-Pues lo haces.

Me quedé pensativo. No me lo había planteado, pensaba que a mi edad ya no tenía derecho a hacer esas cosas, sentía como que mi tiempo había pasado. Pero no estaba satisfecho con mi vida, no me gustaba lo que hacía, yo quería dedicarme a hacer cosas creativas, mi pasión era escribir, el cine, el mundo audiovisual. Y le contesté:

-¿Y por qué no?

Daniela comenzó a servirme cerveza y me sacaba mezclaito de frutos secos para comer. Se pasaron las horas volando, ambos estábamos sentados en su sofá hablando sobre la vida, sobre nuestros traumas más personales y sobre nuestros sueños y aspiraciones. Daniela me abrió la puerta a hacer un máster, me animó a ello y me dijo cosas muy bonitas sobre mi persona que necesitaba oír en algún momento.

Me sacó mi libro que lo guardaba con mucho cariño. En su día se lo dediqué y se lo mandé por correo. En la dedicatoria ponía que algún día quería conocerla en persona. Pues bien, ya había llegado ese momento. Me dijo que se lo volviera a dedicar, que pusiera una segunda dedicatoria. Cogí el bolí y le dije lo agradecido que estaba por su invitación y lo bonito que me resultaba conocerla en persona.

Me trató realmente bien, a la hora de cenar me dijo de pedir por una app unos bocadillos típicos de su ciudad, le dije que sí sin dudarlo. Al rato llegaron y estaban realmente buenos, pero yo y estaba lleno y no pude terminarme el mío.

Entonces pasamos de beber cerveza a beber gintonics. Daniela me los servía con una profesionalidad y dedicación admirables, se notaba que era una buena camarera aunque eso no le apasionase. Hablamos de relaciones pasadas, de personas tóxicas, de lo que le contaba a su psicóloga, algunas de esas vivencias eran muy fuertes aunque ella le restaba importancia.

Me emborrache. Nos emborrachamos. La gata nueva comenzó a lamerme la mano. Supe entonces que era una gata especial y muy cariñosa.

Se hicieron las cuatro de la madrugada. Ya era hora de irse. Daniela me dijo que me quedara más tiempo pero me daba la sensación de que ya era muy tarde y ella tenía que recibir a sus padres al día siguiente por la mañana, no quería molestarla más. Me levanté, fui a la puerta, ella me acompañó hasta la entrada. Nos dimos un abrazo inmenso. Daniela era realmente guapa, especial, sensible y cariñosa. Pensé en besarla, pero sentí que sería como romper algo mágico, saltarme una normal, cruzar una línea roja, su boca era tentadora pero preferí no hacerlo y creo que fue mucho mejor aunque fuera una chica encantadora.

Me fui al hotel borrachísimo, pensando que la vida que llevaba no me hacía totalmente feliz y debía tomar una determinación.

Esa misma semana comencé a mirar másters oficiales en distintas universidades del país. Sólo me preinscribí en una, justo el último día de preinscripción. A los veinte días me dijeron que estaba admitido.

Me sentí en paz. No pude quedar más días con Daniela pues estaba esquiva y distante por problemas internos suyos.

Llegué al hotel y me di cuenta de que ya no sentía esos nervios. Algo había hecho click en mi cabeza que ya no tenía vuelta atrás.

Me fui de Granada sin ser el mismo.





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