lunes, 21 de febrero de 2022

Si tú me dices ven

 

“La estación de los amores viene y va
y los deseos no envejecen a pesar de la edad.
Si pienso en cómo he malgastado
yo mi tiempo que no volverá, no regresará más”

La estación de los amores
 (Franco Battiato)

 

Cuando me fui a Turquía de erasmus jamás pensé que mi cara aparecería en todas las portadas de los periódicos por un escándalo sexual. No sabía hasta qué punto tenía consecuencias legales lo que había hecho, pero por la película de Expreso de medianoche sabía que las cárceles turcas no eran muy acogedoras.

Pero lo mejor sería empezar por el principio.

Estaba en el aeropuerto de Valencia. El vuelo hacia Estambul salía en una hora. Mis padres se despedían de mí entre lágrimas. Yo no tenía tiempo de llorar ni de moñadas. Estaba demasiado ocupado quitando ropa de la maleta. Al facturarla me dijeron que superaba el peso permitido y querían hacerme pagar más. Empecé a sacar ropa que consideraba inútil. Mi madre decía que quitara alguno de los pocos libros que me llevaba pero jamás me lo planteé. En Turquía no conseguiría ningún libro en español y los necesitaba para sobrevivir. Recuerdo que llevaba Crónicas marcianas de Ray Bradbury, Trópico de capricornio de Henry Miller, El canalla sentimental de Jaime Bayly y unos pocos más.

De pronto recibí una llamada. Era María, mi novia.
—Dime, María.
Nadie decía nada al otro lado del teléfono. Oía unos jadeos
—¿Hola? ¿María? ¿Qué pasa?
—He visto tus comentarios en Facebook.
—¿Qué comentarios?
—Los que les has hecho a Eva.
—Ah sí, le he comentado unas fotos.
—Pero… —comienza a llorar— ¿No te das cuenta que es una falta de respeto hacia mí?
—¿Pero por qué falta de respeto? Si le he estado diciendo en esa foto cerca de un acantilado que si da un paso hacia atrás se mata. ¿Qué tiene eso de falta de respeto?
—No lo entiendes —siguió llorando.
—¿Pero qué tengo que entender?
—No entiendes que te quiero y que tú estás tonteando con otra.
—Pero que yo no estaba tonteando. Es un simple comentario. También le hago comentarios a mis amigos y de ellos no dices nada.
—A ti te gusta Eva.
—¡Que no me gusta Eva! ¿Pero qué dices?

Me separé de mis padres. Me preguntaban quién llamaba. Les hice gestos diciéndoles que acababa enseguida.

—A mí no me comentas fotos y a ella sí —me dijo.
—A ti te las comento en persona, es más, si la mayoría de fotos que tienes te las hago yo.
—No sé por qué haces eso, Fredy —comenzó a llorar más.
—Oye, María, mira, me pillas en un mal momento, estoy facturando. Ya hablaremos de esto.
—Si te gusta otra dímelo.
—Pero que no me gusta otra. Te lo he dicho muchas veces, si me gustara otra no estaría contigo, sería absurdo estar contigo si no quisiera estar contigo. No soy de esas personas que se autoengañan. Estoy contigo porque te quiero, ¿entiendes?
—No te vayas.
—Ya hemos hablado de eso. Otra vez no, por favor.
—Va —y me colgó el teléfono.

Me despedí de mis padres. Subí al avión. La aventura comenzaba.

Los primeros días en Turquía fueron muy caóticos. No tenía piso y dormía en habitaciones de amigos de conocidos turcos. Finalmente conseguimos un piso enorme en el que iba a convivir con mi amigo argentino Marcial y dos turcos: Murat y Ahmet. Nos costaba sesenta euros al mes a cada uno. Era un regalo y es que los precios allí eran una maravilla. Los turcos tenían muebles de otros años y contratamos un camión para llevar la lavadora, armarios y colchones. Los turcos pusieron el armario en el camión sin descolgar la ropa de los percheros, para no tener que hacer más trabajo. Era todo absurdo. No teníamos aún internet y esos días me dedicaba a comprar las cosas que me faltaban. En las tiendas nadie sabía inglés y me costaba dios y ayuda explicar qué es lo que quería. Todo me resultaba nuevo. La gente era encantadora aunque al principio desconfiaba de tanta amabilidad. Las tiendas eran todas como un gran kebab, todo tenía una estética cutre pero con personalidad propia.

Pasados unos días decidí ir a un cibercafé para decirle a mi familia, a mi novia y a todos que estaba bien y contarles cómo me iba. Me conecté y empecé a escribir un mensaje para todos. No quería extenderme mucho pero quería decirles que estaba bien y que todo iba sobre ruedas. De pronto recibí un mensaje.

—¿Así que te conectas y no me lo dices? —Me dijo María.
—Hola, María, te iba a escribir ahora mismo, me acabo de conectar.
—Te has conectado y ni te has dignado a escribirme. Si no te llego a decir nada ni me hablas.
—Te iba a hablar ahora. Ni me he dado cuenta que estabas conectada, de verdad. He venido a conectarme para hablar contigo y mi familia.
—Mira, es que flipo contigo. Estoy esperando un mensaje tuyo desde hace días y encima te veo aquí conectado sin decirme nada.
—No quiero discutir el poco tiempo que esté aquí, me gustaría contarte cómo me va.
—Ya sabía yo que irte de erasmus era una mala idea, por eso no quería que te fueras.
—No me puedes impedir que venga de erasmus, no me parece bien que me dijeras que no me viniera, me han dado la beca y no la puedo desaprovechar y puede que aprenda inglés fluido.
—¿Inglés en Turquía? Mira, paso de hablar contigo, adiós.

Se desconectó abruptamente. Me sentí estúpido. Quería comentarle cómo me iban las cosas por aquí y con estas reacciones me quitaba la ilusión y las ganas de hacerlo. Sentía que siempre hacía algo que le molestaba. Como si todo lo hiciera mal. Era una lucha desesperante contra sus enfados que no podía ganar nunca.

Al principio Turquía me daba miedo y mucho respeto. Pero comencé a pillarle el truquillo, a disfrutar de las rarezas, de lo diferente y, por comparación, a conocer más mi propio país. Y es que uno no se da cuenta de cómo es España hasta que viaja mucho al extranjero y ve todas las diferencias. Si uno permanece siempre en España no se da cuenta de lo útiles que son las persianas, un invento que a nadie le da por poner en casi ninguna parte del mundo. También te das cuenta de lo curioso que es quitarse los zapatos al entrar en una casa pues consideran que las suelas son una fuente de suciedad infinita.

Adopté costumbres turcas, bebía a té a todas horas ya que me lo ofrecían en cualquier parte. Una vez en clase el profesor estaba explicando una lección y paró la clase para preguntarnos quiénes queríamos un té. Al rato llegó un chico con una bandeja y nos sirvió un té a todos los alumnos. Una vez en el banco, cuando el cajero se me tragó la tarjeta, me hicieron esperar en el despacho del director y también me traían té y todos los empleados venían y me hacían preguntas sobre mi persona como si acabasen de conocer a un marciano de otro planeta. Era todo muy divertido.

Comencé a frecuentar fiestas erasmus, a veces en discotecas, otras veces en casas ajenas y una vez en mi propia casa. Puse un anuncio en Facebook invitando a todo el mundo que quisiese venir a mi cumpleaños. Vinieron más de cincuenta personas pero el piso era muy grande y cabíamos todos. Había representantes de muchas nacionalidades. Nos comunicábamos como podíamos porque mi inglés era pésimo. Me enseñaban palabras en sus idiomas. Una polaca llamada Elka me enseñó el significado de la palabra kurwa. Mi amigo argentino Marcial comenzó a chamullar con una lituana llamada Ilona. Marcial era un ligón de manual y justo antes de que viniese la policía a nuestro piso se metió con ella en su habitación y de ahí no salieron. La policía nos dijo que debíamos parar con la fiesta porque ya no eran horas y todos se fueron a sus casas.

A la mañana siguiente me encontré a Ilona en casa. Entró al cuarto de baño y le preguntó a Marcial si tenía un cepillo de dientes para ella. Marcial le dijo que no tenía pero que podía usar el suyo. Ella aceptó el ofrecimiento encantada y se cepilló los dientes con su cepillo. Le pregunté a Marcial si está bien de la cabeza, que compartir un cepillo de dientes era lo más cerdo que había visto en mi vida, que yo antes preferiría que me torturasen a tener que compartir un cepillo de dientes. Marcial le restaba importancia a mis tribulaciones y se reía de mis tonterías. Me dijo que habían intercambiado todo tipo de fluidos y los que menos le preocupaban eran los que había en el cepillo de dientes. Le dije que me lo estaba pintando peor todavía, que si se la había chupado y luego se lavaba los dientes con su cepillo sería como chuparse su propia polla.

Una noche salí de fiesta, como otras tantas. Mis padres me llamaron por teléfono y estuvieron un rato hablando conmigo. Las llamadas eran caras para mí, ya que pagaba la diferencia cuando me llamaban. Aun así se prologó bastante la charla hasta que se me terminó la batería. Continué la fiesta en el local. El sitio era bastante agradable, nos ofrecían mantas, había buena charla, nos echábamos muchas risas y teníamos muy buena compañía.

Al llegar a casa Marcial me dijo que María le había llamado. Ella había intentado contactarme pero le salía que tenía teléfono apagado y después le llamó a él. Marcial le dijo a María que yo había salido con unos amigos. Entonces encendí el móvil y vi que tenía cuarenta y siete mensajes de ella. Sé que es una red flag de manual hablar mal de tu ex, pero los mensajes eran cada vez más delirantes a medida que avanzaba la lectura. Comenzó con un “Hola, ¿Qué tal? ¿Te llamo?”, “Te estoy llamando y lo tienes apagado” y continuó con otros mensajes: “Vale, ya me ha dicho Marcial que has salido de fiesta”, “Muy bien, apagas el teléfono para que no te moleste mientras ligas con otras”, “Es muy fuerte lo tuyo, eres una mierda de persona”, “La próxima vez que te quieras ir a zorrear con lagartas me lo dices, no hace falta que apagues el teléfono”, “He visto que en estos días has agregado a cinco chicas nuevas a Facebook, eres genio y figura hasta la sepultura”, “En esa foto que te han etiquetado inclinas mucho la cabeza hacia una chica, esa es la que te gusta, ¿eh cabronazo?”, “Eres lo peor que me ha pasado en la vida”, “Te odio”, “Mira, estoy harta de ti y de tus artimañas, te vas a la mierda”, “Te dejo y no hay vuelta atrás”.

Leí atónito todos los mensajes. Le contesté diciendo que simplemente mis padres me habían llamado y tenía poca batería y se me había apagado el teléfono. Que yo no le apagaba el teléfono para irme de fiesta, que yo no tenía nada que ocultar, que cuando salía de fiesta se lo decía como lo más normal del mundo, que no entendía por qué pensaba esas cosas de mí y que estaba harto de sus paranoias. Hablamos una vez más y me siguió insultando, me dijo todo lo que hacía mal y que me dejaba. Entonces tuve una revelación y le dije que vale, que era lo mejor. Colgamos y no pensaba hacer como otras veces de ir detrás de ella, no pensaba convencerla de nada. Estaba cansado de luchar contra sus demonios y fantasmas.

Se lo conté a Marcial y en vez de darme el pésame me dio la enhorabuena. “Ya era hora de que te dieras cuenta”, me dijo. Comencé a sentirme raro, más bien porque no sentía nada, estaba como si me hubiese quitado un peso de encima. No sé si era por el subidón de dejar de luchar por una historia muerta y sentirme liberado. Los días siguientes sentía que no tenía ninguna presión de ningún tipo, que ya no se enfadaría por verme etiquetado en fotos. Por otro lado, entendía que ella se sintiera mal: yo estaba de fiesta en fiesta y ella estaba en casa comiéndose los mocos viendo cómo me lo pasaba bien, pero en vez de alegrarse de que estuviera teniendo una buena experiencia me lo reprochaba e intentaba hacerme sentir mal por ello. Desde que me dejó esa sensación me la había quitado de encima. Ya no me sentía mal por nada. Bueno, mentira. Me sentía mal por no sentirme mal. Se suponía que debería estar llorando por las esquinas por acabar con una relación de seis años pero, sin embargo, estaba encantado, liberado y con ganas de pasármelo a lo grande y recuperar el tiempo perdido.

Seguí con las clases, con las fiestas y con mi habitual rutina. Por las mañanas solía ir a clase. La universidad era enorme. Era como una ciudad dentro de la ciudad. La Universidad de Anatolia en Eskisehir era la cuarta más grande del mundo en cuanto a número de alumnos. Había casi novecientos mil alumnos matriculados. Se conocía a gente todos los días y cuando veían que eras extranjero los turcos te invitaban a su casa a cenar sin dejarte pagar nada. Les gustaba contarnos sus historias e invitarnos a sus fiestas, les resultaba como algo exótico tener invitados extranjeros y nos aprovechábamos de ello.

En casa la cosa se iba desmadrando más. Marcial se puso a salir con Ilona, y los dos turcos se follaban a todo lo que se movía. A veces estaba en mi cuarto y llamaban al timbre de abajo. Ahmet estaba con una chica en su habitación y le estaba llamando otra a la puerta y salía diciéndome “Di que no estoy, es una chica que me busca, di que me he ido” y me ponía al telefonillo y con mi rudimentario turco mezclado con inglés le hacía entender que Ahmet no estaba en casa. Odiaba que me metiera en esos líos porque se me da muy mal mentir y tenía que resolverle la papeleta por estar con no sé cuántas chicas a la vez. Ahmet siempre presumía de saber hablar español, portugués e inglés, decía que quería dedicarse al mundo del fútbol y hoy en día lo ha conseguido. Ahora es representante de los mejores futbolistas turcos y está todo el día subiendo a Instagram fotos de sus cochazos, sus relojes caros y viajando por toda Europa mientras se fotografía con Cristiano Ronaldo en fiestas privadas de élite que no me quiero imaginar cómo son.

Una noche conocí a Esra. Estábamos en un local lleno de erasmus y turcos y de pronto la vi. Iba vestida completamente de rojo y me la presentaron. Por un momento me sentí como Gene Wilder en La mujer de rojo porque no quitaba mis ojos de ella. Comenzamos a hablar y la charla fue muy correcta y cordial, pero yo iba bebiendo una copa tras otra y la formalidad la iba perdiendo. En cierto momento me hizo una pregunta que me sorprendió. Me preguntó cuál era mi religión. Pensaba que me tomaba el pelo así que decidí tomarle el pelo yo a ella y decirle que era budista, le cogí de la mano y le dije mirándola a los ojos: “mi intención es eliminar el ego”. No me soltó la mano. No parecía incómoda. Me sonreía. Al cabo del rato me preguntó el número de teléfono. Se lo di y le dije que podríamos continuar nuestra charla sobre religiones otro día.

Quedamos dos días después para cenar en un restaurante. Nos comimos un tantuni, que es lo que más me gustaba a mí. Esra era agradable, educada y me gustaba su mirada. Estaba estudiando enfermería. Me explicaba muchas cosas de Turquía que no entendía y lo pasé muy bien con ella. Después de la cena fuimos a tomar algo. Me sentía como en una de esas películas neoyorkinas donde la gente tiene citas y se van a tomar un cóctel para hablar de sus cosas. En cierto momento de la noche miró su reloj.

—No puedo volver al colegio mayor donde duermo.
—¿Por qué?
—A partir de las doce de la noche no dejan entrar a nadie por las normas internas.
—¿Qué sois? ¿La cenicienta? Pues ya son las doce y media.
—Pues no sé qué hacer —me dijo.
—Puedes quedarte en mi casa.
—Vale —dijo sin dudar.

Nos fuimos a mi casa. Entramos en mi cuarto. Me pregunto si la agregaba a Facebook y le dije que sí. Entonces encendimos el ordenador, la busqué y la agregué. Comencé a mirar sus fotos de perfil y me di cuenta que en alguna de ellas llevaba velo. Me sorprendió mucho. Le pregunté si llevaba velo habitualmente y me dijo que solía llevarlo cuando estaba en su pueblo natal, pero que aquí en Eskisehir no se lo ponía. Entonces con mi superioridad moral occidental le dije si le obligaban a ponérselo, que era un símbolo del patriarcado.

—¿Qué dices, chaval? —me pregunta indignada.
—Pues eso, que llevar velo es un símbolo del patriarcado, una herramienta de opresión contra las mujeres.
—No entiendes nada.
—¿Por qué no entiendo nada?
—Porque estás hablando como si lo correcto fuese tu punto de vista. Y tú no sabes que si nos lo ponemos es por voluntad propia, como muestra de respeto, y porque en ciertos contextos hay mujeres que sienten la desnudez en su cabello.
—¿Desnudez en el cabello?
—Sí, hay mujeres que sienten que el cabello es algo íntimo y que sólo puede verse en ciertos contextos con su marido. Es una cuestión cultural, no porque sea una imposición.
—No entiendo nada de lo que me dices.
—Te pondré un ejemplo, ¿por qué las mujeres se tapan los pechos en tu país? Por algo cultural. En tribus del Amazonas hay mujeres que no se tapan el pecho pero no se atreverían a ir a tu país a decir que taparse los pechos es un símbolo de opresión. No se burlan de ellas desde una superioridad moral. Las mujeres del Amazonas no se creen que son mejores por llevar los pechos al descubierto.
—Pero no es lo mismo, los pechos son erógenos.
—Es sólo un ejemplo para que entiendas que no puedes ir por la vida diciendo a la gente lo que está bien y lo que está mal desde tu punto de vista etnocéntrico.

La verdad es que me estaba convenciendo y no quería reconocerlo porque soy un orgulloso. Nunca me lo había planteado así. Después ella entró a su perfil de Facebook y me aceptó. Le presté un pijama. Nos metimos en mi cama. Ella me abrazó. Yo la abracé. Me cogió mi mano y se la puso en la teta. La besé. Nos besamos mucho. Nos acariciábamos. Comencé a quitarle la ropa, ella también me quitaba la ropa. Nos quedamos desnudos. Me puse encima de ella. Me dispuse a introducirme en ella y entonces dijo algo.

—Quiero que sepas que soy virgen y que sólo estaré con un hombre en mi vida.
—¡¿Qué?!
—Eso, que sólo voy a estar con un solo hombre en mi vida.

Me quité de encima de ella. Me tumbé boca arriba. Se me bajó todo.

—¿Pero qué te pasa? —me preguntó.
—No creo que sea yo la persona indicada para eso que dices.
—¿Por qué? Me gustas.
—No, no creo que sea buena idea. No quiero desvirgarte ni creo que yo vaya a ser el hombre único de tu vida
—Bueno, podemos hacer otras cosas, quiero que acabes.
—No, es igual. No pasa nada. En serio.

En realidad lo que pensaba es que si me la follaba y luego no me casaba con ella luego vendrían sus padres conservadores de la Turquía profunda y me cortarían la polla por haber deshonrado a la familia y haberme aprovechado de su dulce hija. No quería correr ese riesgo y me resultaba muy turbio que justo en ese momento me dijera que sólo quería a un hombre en su vida. Cualquier otro con el calentón hubiese dicho que sí a todo con tal de acabar lo que se había empezado. No era mi caso. Aún me quedaba conciencia.

En cualquier caso dormimos juntos. Estuve bien con ella y ella conmigo. Por la mañana nos levantamos y Ahmet se cruzó con ella en el pasillo. Los observé y ella le preguntó en inglés si había papel del wáter. Ella sabía que él era turco y no entendía por qué hablaban en inglés. Ahmet siguió contestando en inglés y le facilitó papel. Después la acompañé hasta la parada del tranvía. Se despidió dándome un beso en la boca. Me extrañó muchísimo porque los turcos no suelen besarse en público. Yo me sentí un poco mal porque no sabía qué pensar de la situación.

Volví a casa y vi otra vez a Ahmet. Me preguntó quién era esa chica y no se le ocurrió preguntarme otra cosa que si me la había follado. Le dije que no sé por qué habían hablado en inglés si ella también era turca y le comenté lo ocurrido la noche anterior. Entonces me dijo que era un gilipollas, que todas las turcas antes de follar dicen que son vírgenes, que lo hacen para no parecer unas guarras, que a él se lo han dicho un montón de veces sin ser verdad. Le dije que eso no tenía sentido alguno, que no hay que mentir en eso, que a mí me importa un pimiento que tengan parejas sexuales. No entendía esa mierda de mentalidad. Me fui indignado ese día sin entender nada.

El ecuador del año de erasmus había pasado. Todo el mundo tenía sus parejas, sus rollos y sus romances. A decir verdad todo el mundo había follado menos yo. Mis amigos bromeaban diciendo que si no follabas durante el erasmus no te convalidaban la beca. Se burlaban un poco de mí. Se supone que si eres un tío tienes que follarte todo lo que se te ponga a tiro, presumir de masculinidad y de ser un macho alfa. Pero yo no quería forzar las cosas. Me gustaba ir poco a poco, a mi ritmo, que las cosas surgiesen solas y olvidarme de esa presión social de que todo el mundo follaba menos yo. Como si estuviese obligado a hacerlo o algo así para reafirmarte como hombre y sentirte como tal. En realidad era muy difícil estar en mi situación: siendo un salido y un romántico a la vez.

Por otro lado, Esra me dijo de volver a quedar. Le dije que no me apetecía. Se lo tomó a mal y me borró de todas partes. Nunca la volví a ver. Nunca más me crucé con ella. Desapareció del mapa. Tan sólo espero que por fin haya encontrado a ese hombre único de su vida, si es que de verdad quería eso.

Un día, mientras desayunaba en casa, vinieron Ilona y Marcial. Ella me dijo en perfecto castellano “¡Vamos a follar!”. Miré a Marcial y le pregunté “¿Qué coño está pasando?” me dijo que le había enseñado que “vamos a comer” se decía “vamos a follar” en español. Ella estaba toda feliz pronunciando la única frase que sabía decir en español.

Comencé a salir más de la cuenta. Había semanas que salía todas las noches. Nunca faltaban planes para salir por la noche en Eskisehir. Una de esas noches bebí mucho y estaba en una discoteca llamada Up&Down. No se celebraba nada, nunca se celebraba nada, pero yo quería evadirme. Canté Don’t look back in anger en el karaoke que pusieron esa noche. Estaba especialmente feliz. Adoraba a mis amigos y a toda la familia de españoles que hicimos piña allí. Así se lo hice saber a todos. Cuando bebía estaba especialmente cariñoso y exaltaba la amistad hasta límites extenuantes. De pronto hablé con mi amigo Alvaro y le dije: “¿Qué tal si montamos una orgía?” y me dijo que vale. Fui a hablar con Eçe, una turca a la que conocíamos, y que siempre organizaba fiestas en su casa y le propuse la idea de hacer una orgía con la intención de hacerla sentir incómoda. Para mi sorpresa me dijo que le gustaba mucho la idea de montar una orgía y me dijo que sí, que podíamos hacerla en su casa. Yo me reía de la situación y continué con la broma. Se lo propuse también a Elka, a Ilona, a Marcial, unas españolas más y todo el mundo me decía que sí que querían ir. Creo que lo hacían para darme la razón como a los locos. Pero cuando cerraron la discoteca casualmente todos nos fuimos a casa de Eçe.

Compramos bebida en la gasolinera. Llegamos allí y entramos en su habitación, era enorme y cabíamos todos sentados en las alfombras. Pusimos música. La gente cantaba, fumaba y yo no sabía cómo romper el hielo.

—Oye Alvaro —le dije— ¿Cómo se empieza una orgía? ¿Qué hacemos? ¿Nos quitamos la ropa?
—No lo sé —me dijo— ¿Si me quito la ropa yo te la quitas tú también?
—¿Y el resto de gente qué? Si no lo hacen ellos me da vergüenza.

Ilona había traído la cámara de fotos y se la pedí. Me encantaba hacer fotos en fiestas. Puse a la gente a posar y empecé a disparar fotos sin parar. Les hacía posar de en posiciones absurdas para que luego cuando se viesen días después sintieran vergüenza ajena. En eso que vi a Ilona y Elka juntas y les dije que posaran para una foto dándose un piquito. Les hice la foto y salían divinas de la muerte besándose. Entonces les dije que nos hiciéramos la misma foto pero los tres. Nos dimos un pico los tres a la vez y desde un plano cenital se veían nuestros labios en contacto. La foto era muy divertida y absurda. La llamé la foto del tribeso.

La fiesta terminó y allí no hubo ninguna orgía. Sólo Albert acabó liándose con Eçe y se quedó a dormir con ella y el resto nos fuimos a casa tan tranquilos sabiendo que mi idea de montar una orgía era sólo una quimera de un alcoholizado.

Fue en los días posteriores cuando conocí a Damla, luz de mi vida, fuego de mis entrañas, pecado mío, alma mía. Estaba en Up&Down y la vi entre la multitud. Marcial me preguntó quién era esa chica tan guapa y le dije que no lo sabía. Y sin dudarlo fui donde estaba ella y me senté a su lado. Le pregunté qué tal estaba y me respondió con una sonrisa que muy bien. Entonces me di cuenta de que su inglés tenía acento americano y le pregunté de dónde era. Me dijo que era turca, cosa que me sorprendió mucho porque no lo parecía. Le dije que tenía un inglés perfecto y americano y me explicó que toda su infancia se la pasó en casa de unos americanos donde su madre iba a limpiar y se le quedó ese acento. Nos presentamos y estuvimos hablando toda la noche. Fue especialmente simpática conmigo y eso me cautivó. Quedamos en agregarnos al Facebook y le di mi nombre y ella me dijo que lo recodaría, insistí en que se lo apuntara pero no quiso. Pensaba que era una forma de darme largas.

Al día siguiente vi su solicitud de amistad. Había perdido toda la fe en que me agregara. Comencé a ver sus fotos y la verdad es que no me podía creer lo tremendamente atractiva que era. Sabía posar ante la cámara. Se sentía cómoda ante ella. Veía que muchas fotos eran de sesiones fotográficas profesionales. Sin duda ella estaba en otra liga, pertenecía a otro universo paralelo. Yo no estaba a su altura. Pero aun así decidí intentarlo y le propuse quedar para tomar algo. Al cabo del rato contestó aceptando mi invitación y sugiriéndome un sitio al que ir a comer.

Fui al restaurante donde me citó. Era como un jardín lleno de plantas y de verde donde te podías sentar en balancines. Era un lugar mágico y muy acogedor. Estaba todo lleno de parejitas. Apreció ella. Estaba radiante. Siempre tenía la sonrisa puesta y se le marcaban unos hoyuelos en las mejillas que me cautivaban. Comencé a preguntarle por su vida, quién era, qué hacía. Quería saberlo todo de ella. Me dijo que estudiaba física y se pasaba el día entre fórmulas matemáticas del macrocosmos. No me podía creer que encima fuera medio superdotada. Se me encendieron las alarmas ante tanta perfección porque la lógica me decía que debería tener algún defecto enorme y mi propósito era averiguar cuál era.

Comenzamos a quedar todos los días. Pasábamos muchísimas horas juntos y me sentía muy cómodo con ella. Supongo que ella tampoco estaba mal si aceptaba pasar todo ese tiempo conmigo. Me contaba cosas muy divertidas. Su sentido del humor era muy fino y a veces bruto. Me encantaba que a veces decía cosas muy rudas que no encajaban con esa apariencia tan formal. También me contó toda su vida, sus problemas en la infancia y pérdidas muy duras que la marcaron. Se abría conmigo y yo lo hacía con ella. Me encantaba escucharla y también teníamos silencios que no se hacían incómodos. Una vez me invitó a la terraza de su casa y estuvimos tumbados mirando las estrellas. Comenzó a hablarme de agujeros negros, de puntos de no retorno, de la singularidad, del Big Bang, de las distancias siderales, de la paradoja del tiempo y demás temas de física teórica. No entendía ni una sola palabra pero me encantaba cómo me lo contaba, con qué pasión decía las cosas y, ciertamente, en lo único que pensaba cuando hablaba es en lo mucho que me gustaría comerle la boca.

Pero sentía que ella pertenecía a otra liga. Era la típica mujer que podía estar con literalmente cualquier hombre que se lo propusiera. Sentía un síndrome del impostor total con ella y aunque seguíamos quedando la veía como alguien inalcanzable.

Seguíamos viéndonos muy a menudo. Una vez me la llevé a hacerle una sesión de fotos. Me gustaba mirarla a través de la cámara. Otras veces íbamos a bares en los que se podía fumar narguile y tomar té. Me presentó a todas sus amigas. Yo le presenté a todos mis amigos. Llegó mayo y era el mes de su cumpleaños. Me invitó a la fiesta que celebraba. Yo le regalé una estampa de Dalí con el cuadro de la Rosa meditativa porque una vez me dijo que su nombre Gulden Damla significaba “emoción de la rosa”. Gulden es “de la rosa” y Damla “emoción”. Y esa rosa daliniana representaba la emoción que yo sentía por ella. Le gustó muchísimo y la colgó en su habitación. En la fiesta le dije al DJ que pusiera la canción Wonderful Tonight de Eric Clapton y que dijera por el micrófono que era mi dedicatoria para ella el día de su cumpleaños. Lo cierto es que estuvo maravillosa esa noche. Nos hicimos muchas fotos y las subimos a Facebook. Estábamos muy felices.

Un día me levanté de resaca y me fui a desayunar al local donde iba siempre. Allí un camarero que me conocía me dijo “apareces en los periódicos” y yo le seguí la broma y le dije “sí, soy famoso” y continué comiéndome el maravilloso desayuno turco. Por la tarde me vio otro turco y me dijo “ey, que sales en los periódicos”. Me reía. No entendía qué les había dado a los turcos con la broma de los periódicos. Pero como solían hacer muchas bromas sin sentido que nunca entendía les seguía el juego. Esa noche quedé con Damla. Nos bebimos unas cervezas y la invité a mi casa. Entramos en mi habitación. Nos metimos en la cama. Parecía que por fin iba a pasar algo entre los dos. Para romper el hielo le enseñé unos vídeos divertidos que tenía en el ordenador para echarnos unas risas. En eso que llamó Marcial a la puerta de mi habitación. Le dije que no me pillaba en un buen momento y le hacía gestos para que se fuera, que estábamos a punto de consumar. Él no se iba y me dijo “¿no has visto los periódicos?”. “¿De qué coño me estáis hablando? Llevan todo el día haciéndome la broma. Tío, vete, ¿no ves lo que estás interrumpiendo?” le dije.

Marcial me dijo que saliera de la habitación un momento. Me llevó a la suya. Abrió el navegador. Me mostró una página web de un periódico turco. Aparecía yo con Ilona y Elka dándonos un tribeso y la foto que le hice a Ilona y Elka dándose un pico. Me dijo que se había montado un escándalo nacional. Resultaba que Ilona subió las fotos a Facebook y la vieron los padres de los niños a los que daba clases particulares de inglés y estos no toleraban que una profesora lesbiana le diera clases a sus hijos.

No daba crédito a lo que veía. Damla entró. Nos preguntó qué pasaba. Marcial le enseñó la web y Damla nos tradujo el artículo palabra por palabra. Todos los periódicos se habían hecho eco de la noticia. Bajé al kiosco con Damla y vi los periódicos. En efecto, mi foto estaba en la portada. Compré el periódico y el del kiosco me reconoció y me sonrió pícaramente. Lo que estaba pasando no podía ser real.

Los días siguientes una asociación de padres convocó una manifestación para pedir la destitución de Ilona como profesora de inglés. Ella dejó el trabajo pues no tenía visado para trabajar, era un visado para estudiar pero quería sacarse un dinero para mantenerse. Todos los periódicos replicaron la noticia y en todos aparecía mi puta foto y la foto que les hice a ellas dos. Era indignante que la acusaran de lesbiana, como si fuera algo malo y encima sin ni siquiera serlo. Me sentía culpable por haber sugerido hacer esas fotos y que se montara todo este pifostio. Siendo justos también hubo un grupo universitario que creó plataformas por internet en defensa y apoyo a Ilona.

Hablé con Ilona y se sentía fatal. Quería denunciar a los periódicos por coger imágenes de su Facebook y publicarlas sin consentimiento pero los abogados de la universidad le recomendaron no hacerlo pues sería un proceso largo y lento que se demoraría años y ella ya no estaría en Turquía. Entonces Ilona me dijo: “Pero no ha pasado nada, gracias a Diego”. No entendía eso de gracias a Diego en castellano. Miré a Marcial y le pregunté por qué decía eso. Me dijo que le había enseñado que “Dios” se traducía por “Diego”.

—¿Qué Diego? —pregunté.
—Por Maradona, boludo —me contestó.

Me fui a casa y recibí una llamada de Damla. Me dijo que en Facebook estaba recibiendo comentarios muy raros en las fotos en las que salíamos juntos etiquetados. No sabía de qué me hablaba. Entré en las fotos y vi comentarios que decían “Damla, ¿Qué haces con un tipo tan feo como Fredy? Qué bajo has caído”. Otro que decía “Damla, ese Fredy tiene enfermedades venéreas, ten cuidado con él” y otro más explícito que decía “FREDY TIENE SIDA. TE AVISO”. Estaban firmados por María. Resulta que la había agregado al vernos etiquetados y empezó a decirle cosas sobre mí. Le dije a Damla que borrase los comentarios y la eliminara, que yo también iba a hacer lo mismo. Borré a María de todas partes y antes de bloquearla le dije que me dejara en paz, que me dejara rehacer mi vida. Le recordé que ella fue la que me dejó y que no me hablase nunca más para nada. Al rato recibí un correo de ella diciéndome que soy lo peor, que me dejó porque quería que yo luchase por ella y no lo hice, que había adelgazado quince kilos porque había entrado en una depresión por mi culpa, que jamás la quise, que no luché por ella ni un segundo. Le contesté diciendo que no me iban esas chiquilladas, que si me dejaba no iba a insistir, que eso de dejar a alguien para que luche es una gilipollez y que no me escribiera nunca más. Acto seguido también la bloqueé del correo para siempre. Le expliqué todo a Damla y lo entendió, aunque me preguntó si tenía enfermedades venéreas de verdad y le dije que no, que era una trola que se había inventado María para intentar de hundirme.

El año se acababa. Damla estaba presente en todos los días de mi vida y no me había atrevido a decirle nada. Me sentía muy bien con ella pero yo quería algo más y no sabía cómo decírselo. Un día ella me regaló un cd con música turca para que lo guardara como recuerdo, también me regaló un elefante con la trompa levantada y con un monumento en el lomo. Era la Torre de la doncella de Estambul que tenía una leyenda muy trágica sobre su construcción.

Marcial, Victor, Gianina y yo acordamos irnos de Eskisehir antes de tiempo. Nos queríamos ir a Irán en autostop y de allí volveríamos a España. Los días se acababan. Yo estaba absorto con Damla y pasaba todas las tardes con ella. Si tuviese que describir la felicidad la definiría como esos días en los que ella se dormía apoyada en mí y yo quería paralizar el tiempo para que ese momento durase para siempre.

Antes de irme le regalé a Damla todos mis muebles y le di las llaves de mi piso. Tenía todo el mes pagado y aún quedaban dos semanas para que acabase el mes. Le regalé un cd de música en español que se titulaba Si tú me dices ven. La primera canción de la lista era la de Los Panchos. De paso hice una lista en Spotify con las mismas canciones que le había grabado para poder escucharla yo también. También le dejé mi libro de Español – Turco y dejé una nota dentro escondida que decía: “Turquía me ha cambiado la vida. He visto algunos de los monumentos más bonitos que he visto nunca. He visitado Santa Sofía, La Mezquita Azul, me he enamorado de las llamadas al rezo que se escuchan por todas las calles. Pero lo que más me ha gustado de venir a Turquía ha sido conocerte. Realmente me gustas mucho”. Le di el libro y no lo quería aceptar. Quería que me lo llevara para que siguiera aprendiendo turco y yo le dije que no, que ahora le tocaba a ella aprender español. Nos despedimos con un abrazo muy afectivo, con lágrimas en los ojos y sin saber cuándo nos volveríamos a ver.

Cuando iba camino de Irán le escribí un mensaje diciéndole que dentro del libro había una nota para ella. Fui tan idiota y cobarde que sólo dije la verdad cuando ya me había ido.

El viaje a Irán fue realmente impresionante. Decidimos partirnos en dos grupos de dos personas para que los camioneros nos pudieran recoger haciendo autoestop. Yo iba con Marcial. Un camionero nos paró y nos llevó hasta la frontera. Lo poco que entendimos de lo que nos decía es que estuvo en la cárcel. Además llevaba un cuchillo enorme encima de la guantera. Marcial y yo hablábamos en castellano para que él no se enterara y nos decíamos que claramente nos iba a matar y nos despedíamos de la vida y que fue bonito conocernos. Pero al final el camionero resultó ser majo, no nos descuartizó ni nada, incluso nos invitaba a comer. Llegamos a la frontera y allí el camionero nos dijo que teníamos que bajar y cruzarla a pie. Entonces entramos en lo que Bush había denominado un país del eje del mal. Recorrimos las principales ciudades. Isfahán era una de las ciudades más bonitas que había visto en mi vida. La gente nos sorprendió muchísimo porque cuando veían que estábamos haciendo autoestop se pensaban que no teníamos dinero y se ofrecían a pagarnos billetes de autobús. Nosotros lo único que queríamos era ahorrar y gastar lo menos posible. Empezamos a tener problemas cuando fuimos a un hostal a dormir porque queríamos dormir los cuatro y al haber una mujer no podíamos compartir habitación. Entonces Marcial dijo que Gianina era su esposa. El recepcionista, al saberlo, ya nos dejaba dormir a todos en una habitación. Daban por supuesto que si una mujer soltera dormía con tres tíos eso iba a acabar con un gang bang de forma irremediable. En realidad los que prohíben lo hacen porque tienen la mente calenturrienta y no tienen fe en la humanidad.

También me sorprendió muchísimo que cuando un iraní me preguntaba el nombre y le decía que me llamaba Federico contestaba “¡Ah! ¡Como Federico García Lorca!” y me pasó más de una vez. No comprendía que en un país donde la homosexualidad estaba penada con la muerte conocieran tanto al poeta granadino. Incluso había librerías con el retrato del poeta en la puerta. Nos tomábamos el tema de la homosexualidad penada muy a broma. De hecho a veces fingíamos y nos hacíamos pasar por maricones. Victor y yo nos cogíamos de la mano paseando por Teherán y decíamos “¡Nos van a colgar en la grúa!” desafiando a la policía de la moral. También me daba mucho por cantar la canción de Almodóvar y McNamara que interpretaba Imanol Arias en la película Laberinto de pasiones “Gran ganga, gran ganga, soy de Teherán, calamares por aquí, boquerones por allá” y la gente nos miraba muy raro. No sé por qué llamábamos tanto la atención y al final nos dijeron que sabían que éramos extranjeros porque en Irán los hombres nunca llevan pantalones cortos y nosotros íbamos con ellos con total desvergüenza.

De pronto un día se nos acercan unos tíos. Nos preguntan de dónde somos y les dijimos que somos de España, Argentina y Polonia. Entonces nos confesaron que eran homosexuales y querían saber cómo era la situación de la homosexualidad en España. Les contamos que en España se podían casar y fliparon. Ellos estaban muy disgustados porque eran pareja y lo tenían que llevar en secreto porque si no los matarían. Estuvieron contándonos todas las atrocidades del gobierno de Ahmadineyad y desde entonces se nos quitaron las ganas de seguir haciendo bromas sobre homosexuales en Irán. Resulta que Ahmadineyad decía que en Irán no había homosexuales y nosotros habíamos conocido a una pareja que lo llevaban en la clandestinidad.

A Gianina la obligaban a llevar velo. Aquí no era una cuestión cultural ni voluntaria, aquí era una imposición estuvieses de acuerdo o no. Pero ella lo llevaba con filosofía y resignación, no le importaba.

Damla me enseñó a regatear bien y en los bazares regateaba el precio de todo. En Turquía me había acostumbrado a regatear cualquier cosa. Una vez hasta regateamos el billete de un autobús y nos lo dejaron más barato. Cuando conseguías un precio más bajo sentías un aire triunfal que te hacía creer que habías derrotado tú sólo al capitalismo. Entonces, al regatear, me acordé de Damla. En Irán ya no me funcionaba el teléfono, así que busqué un sitio donde conectarme a internet. Entré en un cibercafé y allí no podía entrar ni en Facebook, ni en Google ni en ninguna web conocida. Estaba todo censurado. Le pregunté al chico del ciber si había forma de entrar en Facebook. A duras penas me entendió y me puso una página que era como un puente desde el cual se podía entrar. Introduje mis datos y Facebook entonces me alertó, me decía que alguien había hackeado la cuenta desde una conexión inusual en Irán. No había forma de decirles que era yo el que estaba entrando desde allí. Me sometieron a mil comprobaciones. Me dijeron que mi nombre de Facebook no era auténtico pues me apodaba Fe De Rico. Tuve que poner mi nombre real y documentarlo. No puede poner tilde en los apellidos porque no encontraba las tildes en el teclado. Pensé que después en España pondría las tildes, pero Facebook no me dejó nunca más editar mi apellido después de estar en Irán y ahora vivo con el oprobio de tener mis apellidos Pérez Pérez sin tilde.

Al final conseguí entrar y vi un mensaje de Damla. Decía así: “He visto tu nota, es preciosa, me ha emocionado. Te echo mucho de menos, quiero estar contigo. ¿Por qué no vienes, vuelves de Irán y pasamos nuestros últimos días juntos en Bursa?”. Le comenté a Marcial, Victor y Gianina la situación. Les dije que los dejaba y que volvía a Turquía. Ellos se marchaban a Irak. Marcial me dijo que adelante, que luchase por lo que quería.

La única forma de volver a Eskisehir era en autobús. Pero el autobús iba desde Teherán hasta Estambul y yo tenía que parar en Ankara y de ahí coger un tren. Le pregunté al chófer si podía dejarme a la altura de Ankara y me dijo que sin problema. El trayecto duró veinticuatro horas que se me hicieron eternas. En cierto momento el autobús paró en una gasolinera minúscula y me dijo que bajara ahí si quería ir a Ankara. Bajé, crucé una autopista arriesgándome la vida y aquello estaba desértico. Había un bar con dos viejos. Eran las cuatro de la madrugada. Por allí no pasaba ningún autobús. Me puse a hacer autostop y un viejo vino y me insultó en turco diciendo que estaba loco, que me iban a matar, y hacía el gesto como que me iban a cortar el cuello. Le dije que necesitaba ir a Ankara con urgencia. Pensaba que de allí no podría salir nunca. Entonces vino un ángel de la guarda con forma de persona mayor y me dijo que me llevaría a otra gasolinera donde paraban autobuses que iban a Ankara. Apenas nos podíamos comunicar así que llamó a su hija que sabía inglés para que me dijera que no me preocupara por nada, que su padre me llevaría a una estación de servicio donde podría continuar mi trayecto. Le agradecí a ese hombre que me salvara la vida. Quise darle dinero y no lo aceptó. Entonces cogí uno de los autobuses hacia Ankara y llegué a la capital de Ataturk. Los trenes no salían hasta las ocho así que decidí irme a un hotel y pasar la noche allí. Las noches en los hoteles me hacían sentir muy solo. Pensaba que podía estar con alguna pareja aprovechando la cama doble para pasar una noche de sexo y pasión pero allí estaba yo calzándome una triste paja.

Por la mañana cogí el tren de alta velocidad hasta Eskisehir. Le dije a Damla a la hora que llegaría. Estaba ansioso por volver a verla.

Al llegar atravesé el pasillo de salida. Damla me esperaba. Podía ser mi Circe. Nos dimos un gran abrazo.

—¿Qué tal estás? —le pregunté.
—Feliz de verte —me respondió.
—¿Escuchaste el disco que te grabé?
—Sí, me encantó —se hizo un silencio— por cierto, ¿qué significa el título del disco?

Me lo preguntaba con una sonrisa preciosa mientras se le marcaban los hoyuelos que tanto adoraba.

Era la sonrisa más bonita que había visto nunca.

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