Todos los días al ir al trabajar veo a un hombre dormir debajo del puente. Me pregunto qué circunstancias le han llevado a vivir así, cuál es su situación, qué le ha pasado. Siento que yo podría ser él de no ser por la gente que me ha ayudado, no tendría nada, pero, en realidad ¿hace falta algo?
Ahora formo parte del engranaje del sistema, soy una pieza útil del capitalismo, tengo mi sueldo, soy provechoso, la gente se alegra de que tenga trabajo y ya no voy a terminar debajo del puente como el hombre que veo todas las mañanas. De algún modo siento que he traicionado mis principios de hacer siempre algo porque me gusta, no por sus frutos. Lejos ha quedado mi sueño de ser escritor, fotógrafo o profesor de fotografía. Y aunque estoy muy agradecido de tener trabajo y tener la oportunidad de demostrar mi valía siento que algo está fallando porque hago las cosas por dinero y considero el dinero el principal problema del mundo. Si no existiera el dinero aún viviríamos en cuevas o cabañas pero seríamos más felices. El hombre tan sólo está hecho para dormir, comer y follar, pero la hemos liado de tal modo que hemos creado una maquinaria que ya no se puede parar y nos ha esclavizado trabajando por dinero, para sobrevivir, para poder ir al supermercado a por un trozo de carne en vez de salir a cazarla, o ya no salimos al campo a recolectar los productos y comérnoslos al instante. Todo se ha mercantilizado, no queda lugar libre en el mundo que la tierra no esté mercantilizada. Quizás el paraíso en el que vivían Adán y Eva era eso, vivir para la contemplación, la procreación, para filosofar y hacer arte y nuestro gran pecado original fue la mercantilización del paraíso. Nos hemos convertido en monstruos, por eso me alegré del misionero que mataron al querer ir a predicarles a unos salvajes que vivían en una isla de la india que aún no están contaminados por el mundo.
Soy consciente de que el progreso ha venido con la
civilización, hemos ido a la Luna, hemos visto agujeros negros, volamos en
aviones, pero la sociedad está de algún modo esclavizada. Decían que Diógenes
era el hombre más sabio y más feliz del mundo y sólo necesitaba tomar el Sol
para ser feliz.
Reconozco que el dinero es tentador, te abre puertas, puedes
esclavizar a otras personas, puedes moldear voluntades y puedes meterte en la
espiral del consumismo, comparte una buena tele, una guitarra, una play
station, un móvil de última generación, suscribirte a todas las plataformas de
vídeo del mundo para que te entretengan, a Spotify, a todo lo habido y por
haber, y convertirte en esos humanos que ya no mueven un dedo por nada como en
la película de Wall-e, pero no creo que nada de eso nos dé la felicidad. La
felicidad y las mejores cosas de la vida no se pueden comprar, las mejores
cosas de la vida tienen forma de experiencias, de amor, de cultura. Podría ser
una persona normal y distraerme y divertirme comprándome ropa, pero la ropa me
parece absurda, yo la uso hasta que se me desgasta y no le veo más utilidad que
la de taparse del frío, si por mi fuera iríamos todos desnudos cuando hace calor,
vestirse es un constructo social, y así como nosotros nos quejamos de que algunas
musulmanes lleven velo, las tribus nudistas del Amazonas nos verán como unos
retrógrados por taparnos los genitales. ¿Qué tienen de feo los genitales? La
gente los debería exhibir sin pudor, no deberíamos tapar nada, por mí la
industria de la moda, la ropa y todo el negocio de Amancio Ortega se podría ir
a la puta mierda.
Me sentía bien siendo un parásito de la sociedad que no
consumía nada, me sentía bien no aportando nada a la sociedad porque la vida no
tiene sentido alguno. Y ahora soy uno más que entra en la rueda de la
destrucción sin que nadie pueda evitarlo.
El mundo está mal montado, hemos perdido la esencia, ahora soy útil, ya no acabaré debajo del
puente. Podéis felicitarme, ya podré trabajar un año entero para comprarme un
coche y que alguna se fije en mí por eso. Lo que sé es que soy raro, no soy
normal, y nadie me va a querer por lo que escribo, pienso, digo y hago.
Esta mañana el que vive debajo del puente ya no estaba allí,
tal vez ha encontrado una forma de vivir mejor. Lo que no sé es quiénes somos
los que estamos equivocados.
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