Casi siempre he escrito en primera persona. Eso no significa
que todo lo que haya escrito sea real, aunque hay muchas trazas de verdad en
todo lo que escribo. He intentado novelar anécdotas personales, incluso a veces
he escrito en primera persona poniéndome en el lugar de una mujer. Pero lo
cierto es que hace años que ya no cuento casi nada de mi vida, en casi todos
los manuales de escritura que he leído recomiendan no escribir sobre uno mismo.
“A nadie le importa tu vida” dicen tajantemente. El libro que publiqué casi
todo está escrito en primera persona, tal vez durante años he pecado de
egocéntrico, pero ¿De qué otra cosa voy a escribir que no sea mi vida? ¿Para
qué quiero un blog personal si no es para hablar de las cosas que he vivido?
Escribir me ha servido para desahogarme, para no volverme más loco, para
ordenar mi vida, para ponerle palabras a sentimientos que no tenían sentido
dentro de mí. Escribir es una liberación y no pretendo con ello ganar un premio
Nobel.
Pero lo cierto es que a medida que pasa el tiempo me asaltan más dudas sobre lo que he de escribir. Ya no tengo la seguridad que tenía antes. O quizás ya no tengo la insolencia que tenía antes, las ganas de provocar o de remover alguna conciencia. La juventud te hace más atrevido y te lanza al ruedo sin tener ni idea de nada. A medida que pasan los años en vez de aprender más lo que haces es desconocer más cosas, asumes más tu gran ignorancia, ya no eres tan atrevido y te planteas que, en efecto, a nadie le interesa tu vida.
Eso no significa que vaya a dejar de contar anécdotas, pero
pienso que más bien debería meterme en algún proyecto más interesante y más
profundo. Pero no sé si estoy capacitado para ello.
El ego es una gran trampa. Las redes sociales alimentan a
ese gran monstruo. Exponemos nuestra vida, nuestras fotos, nuestras anécdotas a
cambio de “me gustas”. Los psicólogos ya tratan a muchas personas adictas a las
redes sociales, a gente obsesionada por su imagen en redes, en tener más
seguidores, en formarse una imagen para llegar a ser influencer. Todos hemos
caído en la trampa de Instagram, que es el súmmum de la superficialidad, de las
apariencias y del egocentrismo. Me he dado cuenta de ello a raíz de estar un
par de días sin el teléfono móvil. Sentía como que me faltaba como una apéndice
de mi cuerpo, y constaté la cantidad de tiempo que pasaba mirando la maldita
pantallita. Estamos perdiendo nuestra vida viendo historias que no nos importan
o leyendo tweets que no nos aportan nada. Y lo cierto es que durante dos días
he sentido una liberación al no estar pendiente del teléfono, sin ninguna
notificación, sin mirar la pantalla del teléfono nada más despertarme. Ha sido
toda una revelación para mí. Si no fuera porque necesito el teléfono para
encontrar trabajo agradecería perderlo durante una buena temporada y no saber
nada de nadie. De hecho nadie se enteró de que no tenía teléfono. Eso nos
confirma nuevamente que somos absolutamente prescindibles para la humanidad.
Y aquí está, una anécdota más en primera persona que tal vez
no le importe a nadie, pero no sé hacer otra cosa.
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