sábado, 28 de marzo de 2015

La casta

Mis días en Madrid se limitaban a pasar un rato echando curriculums por internet y cuando me cansaba de hacerlo, volvía a la cama a jugar con el ordenador para tener el cerebro desconectado de la realidad. Decidí no dar los curriculums en las empresas porque ni siquiera los aceptaban, te remitían a su página web o a un correo electrónico, así no acumulaban papeles que tirar luego a la basura. Recuerdo cómo una vez, al dar un curriculum en una empresa de telecomunicaciones cuando me di la vuelta escuché cómo rompían la hoja con desdén y la echaban a la papelera sin esperar, si quiera, a que salga de la tienda.

Pero aquella tarde llegó mi compañero de piso y me dijo que Pablo Iglesias, el coletas, estaba en un bar de al lado y me propuso ir. No lo dudé ni un instante, salí de la cama y nos fuimos al bar. Una vez allí vimos que estaban reunidos todos los de Podemos en un bar. España jugaba contra Holanda, España, campeona del mundo, estaba siendo humillada y goleaba y por eso decidí dejar de ver el fútbol por hablar con Pablo.

Al principio dudamos mucho de si debía decirle algo o no, pero al final nos acercamos y le dije.

-Oye Pablo, ¿Tienes un minuto?
-Claro que sí, hombre.
-Ya era hora que saliese un partido que meta caña de verdad a los políticos, seguid así.
-Gracias, eres muy amable.
-¿Te importaría hacerte una foto conmigo?

Se puso de pie conmigo, mi amigo llevaba la cámara, mientras la hacía yo le decía.

-Seguid así, seguid dando caña, tenéis que ganar las elecciones.


 Cierto es que el programa político me parecía utópico, cierto es que no me gusta que justifiquen ciertas cosas que pasan en Venezuela, pero sentí que era un hombre muy humilde y era como si él estuviese orgulloso de conocerme y me daba las gracias a mí. No era como en televisión, donde se muestra grandilocuente, seguro de sí mismo y con ganas de confrontación. Era una sensación extraña, pero me gustó sentirla. Esto no me suele pasar con los políticos, que parece que viven en otro mundo, alejado de las cervecerías y de la gente corriente. Lo que más puede sanear a un político es hablar con la gente y mezclarse con ella, de lo contrario viven en una irrealidad de datos, cifras y números que no les hacen ver cuál es la situación real y precaria de la gente.

Mi amigo le pidió hacerle un retrato y también accedió encantado.


Madrid se me hacía grande. Ya era la quinta foto que me hacía con un famoso, ya parecía el típico paleto de pueblo que cada vez que ve a un famoso se emociona y se hace una foto con él, pero en realidad fueron todo casualidades. En Facebook se cachondeaban de mí y de mis fotos, pero cierto es que lucí con alegría la foto que me hice con Pablo porque me hacía ilusión. Supe en ese momento, tras ver su humildad, que les apoyaría en las elecciones.

Pero el mundo de la política se ha convertido en una lucha constante donde se gana desacreditando al adversario en vez de exponer ideas brillantes para salir de la crisis. Se necesita más comunicación, más humanidad y más ganas de construir. Creo que el mundo ideal sería que cada persona fuese su propio partido político, que nadie nos represente, que todo el mundo piense de forma diferente, pero eso es una utopía, al final se juntan varias personas con las mismas ideas, fundan un partido y se convierten en una cuadrilla.

No se parlamenta en el parlamento, cada uno que habla expone sus ideas propagandísticas, pero no existe el diálogo real donde uno expone una idea, otro la refuta y al final se llega a una síntesis como hacían en la democracia griega.

Ese día España acabó perdiendo contra un país del norte. Un representante de la Europa próspera goleaba a un país con fuerza, pero destrozado económicamente y anímícamete. El fútbol ya no servía para consolarnos. Era la hora de ponerse las botas para salir al terreno de juego, que estaba más embarrado que nunca.

Al día siguiente me llamaron de una entrevista de trabajo. Me ofrecían un contrato donde tenía que darme de alta en autónomo por mi cuenta y tenía que vender productos de una empresa eléctrica casa por casa. Asistí a una reunión suya en los que hacían un listado de las personas que más habían vendido el día anterior, decían sus nombres y les aplaudían. Cuando llegó mi turno en la entrevista le dije a la contratadora que yo no quería participar en eso, me dio la mano como con asco y se despidió de mí.

Rajoy dice que estamos en un país próspero, que todo está mejorando, pero me gustaría saber cuánto tiempo hace que Rajoy no va a una cervecería él solo y habla con la gente para saber cómo está. Tal vez esa sería su cura de humildad, tal vez lo criticaríamos menos, tal vez empezarían a tomar medidas serias para combatir el desempleo. Mientras tanto seguimos igual, soñando con un futuro mejor que no llega y con la ilusión intacta, sonriendo, porque la sonrisa, antes o después, tiene que cambiar de bando.

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