- ¿Tú crees que se puede mezclar amistad y sexo? -les pregunté a mis amigos Norberto y Marcial.
Yo estaba realmente preocupado. La pregunta me azotaba la cabeza constantemente y las respuestas nunca me venían con claridad. Quería que me dijeran una verdad que me permitiera actuar con determinación, saber si era bueno lanzarse al ruedo y echar un polvo con una amiga, follar amistosamente, así como el que no quiere la cosa, sin que por ello todo termine con sentimientos extraños, daños, dolores, adicciones, celos, envidias y todo lo malo que puede haber en una relación.
Estábamos tomando nuestra quinta cerveza. Yo ya estaba comenzando a enfrascarme en las típicas disertaciones filosóficas de barra de bar. En esos momentos me gusta plantear preguntas a la gente para ver qué opinan, como si yo fuera un el moderador de un debate imaginario. Son las clásicas noches en las que se comienza hablando de temas candentes de actualidad: derechos humanos, política, reciclaje, gobiernos ocultos y demás perroflautadas, y se termina, sin saber cómo, hablando de lo más superficial y trivial del mundo, o que es lo mismo: sobre tetas, pollas y culos.
- ¿Tú crees que es posible mezclar amistad y sexo? -le volví a insistir a Norberto.
- Claro que sí -dijo convencidísimo- Eso es sano. Se echa un polvo y luego tan amigos. Si eso es superbonito.
- ¿Y tú haces eso con tus amigas?
- ¡Pues claro! ¿Por qué no? -decía casi ofendido.
- Pero... ¿No tienes miedo de que se termine la amistad? ¿Y si llega un momento en el que le haces daño o algo así?
Entonces miré a Marcial, que estaba bebiendo de su jarra, y esperé una respuesta por su parte. Dejó la jarra en la mesa y soltó sin ningún tipo de vacilación.
- ¿Qué daño? Si le haces daño le pones un poco de vaselina y se acabó el problema.
Dio un trago a su cerveza y comprendí que había dado por zanjado el tema.