Ir a Ikea con Marcela es lo más parecido a la tortura que conozco. Ella quiere decorar el nuevo piso al que nos hemos mudado a su gusto, pero no deja de comprar gilipolleces, cosas absurdas e innecesarias. Ahora está mirando una nueva vajilla, que además todas las casas tienen las mismas de Ikea y lo que más me fastidia es que ya tenemos una que cumple su función perfectamente y no nos hace falta otra.