miércoles, 21 de mayo de 2014

El Power Ranger amarillo

Cierro la puerta con llave. Le doy dos vueltas a la cerradura para asegurarme de que está bien cerrada. No me fío de nadie. En la zona hay mucho yonki y puede que algún día no tengan dinero y decidan entrar en casa para robar.

No sé a dónde voy. He salido de casa sin rumbo y siempre que lo hago me acuerdo de Augusto Pérez, el protagonista de Niebla. Él salió de casa y por delante se le cruzó una mujer de la cual se enamoró instantáneamente y decidió seguirla. Abro la puerta del portal y lo único que pasa es una china fea que me hace abandonar la idea de seguir el ejemplo de Augusto.

Camino unos metros y un hombre se cruza en mi camino.

-¿Te bajas?
-No, gracias.

Al principio, cuando llegué aquí, no entendía por qué me preguntaban si bajaba y les contestaba que no sabía de qué me estaban hablando. Pero al tiempo averigüé que son los reclutadores de las cundas, los coches que bajan a La Cañada. Por lo visto me han visto pinta de yonki y se piensan que acudo a la plaza, como otros tantos, para montarme en uno de esos vehículos para ir a comprar droga y darme el festín padre.

Decido que es buena idea ir a tomarme un café en una terracita. Elijo la peor de todas, una que está situada en plena plaza de Embajadores, al lado de la carretera, con ruido constante de tráfico y humo de autobuses. Está al lado de la boca del metro donde la gente entra y sale sin parar. Los observo sentado, dando pequeños sorbos de café y preguntándome a dónde irán y qué harán con sus vidas mientras yo estoy parado sin hacer nada.

No es el mejor sitio para tomarse un café, este lugar no tiene nada de romántico ni de mágico. Pero es un lugar vivo y desde aquí, tranquilo, observo la actividad de las cundas, de los reclutadores y de los yonkis que acuden por cuentagotas para poder bajar a por sus dosis. Suele haber siempre un reclutador haciendo guardia y es quien organiza los viajes. La estrategia que siguen es dejar el coche en una calle paralela para que la policía no les vea, y cuando son suficientes yonkis para llenarlo hacen una señal, llega el coche, se montan rápido y salen disparados hacia La cañada.

Ahora veo subir al coche a cuatro yonkis desaliñados, con pinta de no haberse cambiado la ropa en un año y en sus miradas veo ilusión, la misma ilusión que un niño subiendo a un bus escolar cuando se va de excursión. Es su momento de felicidad, han estado todo el día mendigando hasta tener suficiente como para comprar su dosis. A veces no consiguen su objetivo y alguno lleva un mando a distancia que ha robado de algún bar para ver si alguien le puede dar un par de euros por él. En otras ocasiones, cuando pasas por su lado, te ofrecen unas gafas de sol, un reloj u otros objetos robados.

Cuando los veo subirse al coche tan ilusionados siento envidia por ellos porque tienen un propósito y un motivo para despertarse a diario. Sin embargo yo vivo en la más absoluta vacuidad. No tengo un propósito. Busco un trabajo y no sé ni a lo que me dedico. Se suponía que yo había decidido dejarlo todo para luchar por mis sueños y ya no sé dónde se anidan mis sueños. Me tomo el café tranquilamente porque no tengo prisa por nada. Me saco el libro electrónico pero no consigo leer más de dos párrafos. Estoy desconcentrado. Cierro el libro y me pongo a mirar a las chicas. Ya es primavera y todas enseñan el ombligo. Antes era una persona más correcta, pero ahora que ya soy un pervertido no me importa mirarlas de arriba abajo. Adoro a esas chicas que caminan con su camiseta ceñida y escotada que con cada paso que dan sus tetas oscilan y hacen un onomatopéyico e imaginario boing, boing, boing a medida que avanzan. Deberían declararlas patrimonio de la humanidad.

Todos parecen tener algo que hacer, un lugar al que ir, todos se mueven y yo estoy quieto. Dicen que no hay trabajo pero veo a demasiada gente moverse. Me he pasado la mañana echando solicitudes de empleo en infojobs y al final me he cansado. Sé que no me llamarán, hay más de mil inscritos en cada oferta. Al final, en una de esas ofertas me hacían rellenar un formulario y en uno de los apartados me preguntaban “¿Por qué crees que eres el candidato ideal?”. Siempre contesto lo correcto, lo debido, lo normal, pero ya llevaba más de cincuenta solicitudes y la existencia humana comenzaba a parecerme grotesca, así que perdí la seriedad y contesté “Porque soy la mejor persona que existe sobre la faz de la Tierra”.

Hubiese pagado por ver la cara del que ha tenido que leer ese formulario.

Saco el teléfono. Miro Twitter. Veo un tweet que dice: “En estas situaciones siempre me pregunto: ¿Qué habría hecho el Power Ranger amarillo?”. Pienso que esta pregunta es la clave. Ya basta de preguntarme qué haría un gran escritor, un gran artista o un gran creativo. Siempre estoy preguntándome qué haría Salvador Dalí en mi lugar. Pero ya no. Ahora lo único que vale es preguntarme qué haría el Power Ranger amarillo en mi lugar.

Ya me he cansado de estar allí, decido reanudar mi paseo. Todo está lleno de carteles electorales para las elecciones europeas con sus estúpidos lemas “Tú mueves Europa”, “Europa Unida”, “Europa es el futuro”, “Europa chiripitiflautica”, “Europa te la come”. Me producen arcadas. Los políticos vuelven al ruedo a mendigar votos y a decir que se portarán bien esta vez, que ahora sí que sí, que esta vez sí que viene el cambio, que votemos una vez más, que depositemos nuestro voto de confianza en ellos. Que os jodan.

Mientras reflexiono sobre los políticos en Europa un negro me para en Lavapiés.

-¿Hachís?
-No, gracias.

Me alejo dos pasos y él sigue.

-¿Marihuana? ¿cristal? ¿cocaína?
-¡Que no! ¡Que no!

Paseo por Sol. Como siempre están los mimos disfrazados de forma variopinta para ganarse una limosna, también hay algún grupo de música haciendo acrobacias con instrumentos que no he visto nunca. Hay un mago que se encadena y se suelta ante el aplauso y admiración de turistas y curiosos. Todos hacen un círculo espacioso y sacan sus teléfonos móviles para hacer fotos. Al principio estos espectáculos me parecían divertidos, pero ahora ya me dan pena. Tal vez ganen mucho dinero, pero de algún modo los veo humillados para tener que llegar al punto de verse en la necesidad de vestirse de payasos y pedir una limosna a cambio de una foto. Ya no me paro a mirarles, no me gusta ser partícipe de ello, cualquier día acabaré disfrazado de Power Ranger amarillo en Sol pidiendo limosna, o peor aún: disfrazado de Power Ranger amarillo que limpia botas con un letrero que diga “déjese limpiar las botas por un Power Ranger”.

Subo hasta Callao, por la calle Preciados esquivo a todos los comerciales que, como los reclutadores de las cundas, me asaltan para tratar de llevarme a algún sitio. Pero estos no quieren llevarme a que me drogue, estos simplemente quieren convencerme de donar parte de mi inexistente sueldo para que ellos puedan ganar una comisión con la que pagar su comida y, a su vez, que su jefe gane una comisión todavía más grande y con ese dinero poder comprarse droga de calidad sin necesidad de subirse a una cunda ni pasar por Lavapiés.

Entro a la librería de La Central. No voy a comprar ningún libro porque no quiero gastarme el poco dinero que me queda. Tan sólo miro títulos y si alguno me gusta me aseguraré de que el autor está muerto y me lo descargaré para el libro electrónico. No me gusta descargarme libros de autores vivos que igual han estado dos años para escribir un libro y no ven un céntimo por ello, aunque a veces hago excepciones. Sin embargo no siento ningún remordimiento por bajarme los libros de autores que ya están muertos; que se jodan los herederos, los explotadores de derechos y las editoriales carroñeras. El autor es el único que merece mi respeto y mi dinero en toda esta cadena de producción creativa. Si este país funcionase mejor, si tuviese trabajo, si tuviese un gran sueldo estaría comprando libros, discos y películas todo el día, la industria iría mejor, y todo seríamos felices y comeríamos perdices. Pero como eso no ocurre que les den por el culo a todos.

Mientras ojeo un libro veo a mi lado a una chica espectacular. Es pelirroja, tiene un cuerpo perfecto, su mirada es inteligente, sus curvas son explosivas y encima está mirando un libro de Bukowski. Dejo el libro que estoy ojeando, me coloco más cerca de ella y cojo otro libro al azar mientras la observo. Se da cuenta de que la estoy mirando. Vuelvo a mirar el libro para disimular. Lo tenía al revés, le doy la vuelta torpemente. Ella se da cuenta de mi torpeza disimulando y se ríe. No sé qué hacer. Debería decirle algo como en las películas neoyorquinas. No se me ocurre nada. Mientras pienso todo esto ella deja el libro y se va. Cojo el libro que ha dejado “Fragmentos de un cuaderno manchado de vino”. Es de los pocos libros que no he leído de Bukowski, debería leerlo, pero ahora mismo me resulta más interesante esa mujer misteriosa. ¿Cómo será? ¿Qué pensará? ¿Cómo será su voz? ¿Qué le preocupará? Sería genial poder conocerla, invitarla a mi casa, charlar juntos, que me contara sus preocupaciones, ver una película, follar; pero mientras pienso todo eso estoy viendo cómo se aleja por las escaleras. Decido bajar yo también. La veo salir a la calle, va a acompañada de mucha más gente, habla con ellos, sonríe, yo la observo en silencio desde un rincón y ella me lanza una mirada. Es una mirada penetrante, cautivadora, veo la belleza en esos ojos, como si tratara de decirme algo que no logro entender, como si de pronto hubiese habido una conexión entre ella y yo y me dijera “tú y yo nos conocemos”. La mirada sólo dura unos segundos, pero suceden muy lentos, como si se hubiese parado el tiempo en cámara superlenta para, acto seguido, poner el play y a velocidad normal, darse media vuelta, volver al mundo real y se alejarse con sus amigos. Se da la mano con uno de ellos y desaparece entre la multitud como todas las cosas bellas que se cruzan en mi vida.

Pestañeo y tras la gran belleza vuelvo a ver la cochambrosa ciudad con su apestosa muchedumbre donde no cabe la poesía y donde, como decía Lorca sobre Nueva York, no hay mañana ni esperanza posible.

¿Qué hubiese hecho el Power Ranger amarillo en mi lugar? Seguro que ahora estaría con la chica en vez de estar bajando ahora por la Calle Montera. Las putas que se acercan con disimulo, “hola guapo”. Quizás esta sea la única vez que me “piropean” por la calle y es lo más cercano que puedo sentirme a una mujer cuando se queja de que hay hombres que les piropean. Me puedo permitir el lujo de decir que no y pasar de largo. Es una cosa muy rara rechazar a una mujer. Aunque no esté lo más mínimamente interesada en mí, sino en mi dinero, sólo por el hecho de rechazarla le debería pagar, da muchísima más satisfacción poder rechazar a una mujer que aceptarla. Pero por otra parte siento pena por ellas, sé que se acercan porque tienen a un chulo detrás que les obliga a hacerlo. Si ven que ha pasado un cliente potencial y no le han dicho algo luego las regañan. Se supone que son sus protectores pero en realidad son sus explotadores. Las putas son como los comerciales de Preciados, pero ellos no tienen a su jefe detrás, estos tienen la presión de no conseguir una comisión con la que podrán pagar el alquiler. Los chulos de las ONG's son mucho más sofisticados, se basan del sistema para ejercer la prostitución de sus jóvenes comerciales sin necesidad de estar encima de ellos.

Yo también siento la presión de mi chulo que quiere prostituirme. Pero el mío no tiene rostro, y si lo tiene es el rostro de la multitud. Esa multitud que me pregunta “¿Qué haces?”, “¿A qué te dedicas?”, “¿ya tienes trabajo?” y uno no sabe qué contestar ni quiere contestarles.

A la única que le debo explicaciones es mi madre cuando me llama preocupada preguntándome si ya he encontrado algo. Le tengo que decir que no, pero que espero que las cosas vayan mejor. Me dice que no me preocupe, que ya encontraré algo, que yo valgo, pero que si no encuentro nada que vuelva a casa, que ella no va a poder mandarme dinero siempre.

Mi madre me manda dinero para que no me muera de hambre cuando no tengo trabajo. Quizás yo me merezca estar mal, pero ella no. Ella se merece lo mejor y no esto. Le digo que me sabe mal que tenga que mandarme dinero este mes también. Me dice que no pasa nada, que ella no tiene caprichos, que no le importa darme la mitad de su sueldo, que quiere que consiga algo. Se me rompe el alma. Ella es una santa. Yo no.

Ella se dedica a limpiar Picassos en el colegio en el que trabaja para ayudarme. De vez en cuando llega a casa y me dice “hoy he tenido que limpiar un Picasso”. Es nuestro modo en clave de decir que ha limpiado una mierda de la pared. Ella trabaja de empleada de limpieza en un colegio y limpia las clases de los más pequeños.

A veces, no se sabe por qué designio del destino, uno de esos niños no mira si hay papel antes de hacer de vientre. Cuando comprueba angustiado que no queda papel decide que lo mejor es limpiase con la mano, y una vez con la mano sucia, en vez de salir y limpiarse las manos en el lavabo, prefiere no exponerse a la vergüenza de que otros compañeros le vean con mierda en la mano y comienza a restregar los deditos por la pared hasta limpiarse, haciendo curiosos dibujos abstractos en los que queda reflejado el tiempo y el espacio, al más puro estilo Picasso.

Mi madre llega con su bayeta y limpia su arte abstracto incomprendido de esos niños con incontinencia cacuna. Limpia mierdas de la pared para poder pagarme el sueño de poder ganarme la vida en el mundo audiovisual. Y en esos momentos siento que nada está equilibrado, que algo falla, y que tal vez sea yo el que está fallando.

Hace poco mi madre me contaba que encontró a un niño llorando en el servicio limpiándose los zapatos que tenía llenos de mierda. No quería salir del cuarto de baño, a esas edades las burlas son atroces. Mi madre le dijo que le acompañara. Le limpió los zapatos, le secó las lágrimas. El niño no pudo decir ni gracias y se fue. Le salvó de las burlas de toda una clase, le salvó de un trauma seguro.

Y yo siento que ella también está salvándome de la mierda y limpia mis estropicios. Me echaría a perder si no fuera por ella.

Lo único que he conseguido desde que estoy aquí ha sido un trabajo de extra en una serie llamada Isabel, de La Primera. Me vieron cara de moro y decidieron que sería bueno que interpretara a uno de ellos en algunos capítulos.

La última vez que fui a grabar con ellos vino una mujer a la sala donde estábamos los extras. Nos miró a todos de arriba abajo. Se fijó en mí y le dijo al chico que tenía al lado: “él”. El chico me dijo que le acompañara, me llevaron a maquillaje y me maquillaron más que a nadie y me pusieron una de las mejores túnicas que había. “Vas a ser el protagonista de la escena” me dijeron.


Llegué al plató de rodaje. Nos explicaron que nos iban a bautizar pero iba a ser yo quien iba a ocupar el primer plano de la escena. Veo aparecer por allí a un hombre vestido de cura. Su cara me suena mucho. De pronto habla y le reconozco. Es Eusebio Poncela. Me quedo impresionado, me gustaría decirle algo, decirle que me encanta su personaje en Martín Hache, que Arrebato es una de mis películas favoritas. Pero él está concentrado en su papel, tiene que hablar en latín y se repite las palabras interiormente una y otra vez mientras yo estoy delante de la pila bautismal esperando órdenes. El director me dice que cuando termine de bautizarme tengo que retirarme y caminar hasta un lado de la escena. Le hablo a Eusebio.

-¿Cuál es la última palabra que vas a decir en tu texto para así saber cuándo irme?
-Amén -y se ríe.

Comenzamos a grabar y Eusebio Poncela me bautiza. Me siento orgulloso de que me bautice. El director me dice que cierre los ojos mientras me cae el agua. Repetimos la escena. Me vuelven a bautizar. Siento que Eusebio Poncela me bautiza en su religión de “hay que follarse las mentes”. Reboso de alegría. Bautízame otra vez Eusebio, soy el Power Ranger Amarillo y nadie lo sabe, sí, hay que follarse las mentes, una vez vi el fotograma rojo en mi habitación, pero no puedo explicar eso ahora mismo. Europa está unida. Viva Isabel la Católica. Bautízame otra vez. Europa somos todos. Más agua en mi cabeza. Oh sí.

Repetimos la escena muchas veces. Me sentí más cristiano que nunca.

Fue divertido.

Sonrío recordando todo eso. Estoy llegando a casa. Ya es de noche. El reclutador de Embajadores se me acerca otra vez.

-¿Te bajas?
-Lo siento. ¿Qué crees que haría el Power Ranger amarillo en mi lugar?

5 comentarios:

  1. He llegado a tu blog de la manera más curiosa (me he olvidado de una cosa en la caja del supermercado y al volver a por ella se han reído de mí, y he aterrizado en tu post sobre Carrefour), pero no sabes lo agradecida que estoy de lo ocurrido después de leer esto. ¡Me ha encantado! :)

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    1. Gracias. Me gustan las casualidades tontas. Esto en realidad es la segunda parte de otro relato. Puedes leer más. Un saludo.

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  2. Me ha encantado, acabo de sentarme delante del portátil para buscar en internet qué leer y he recordado tu relato que leí ayer. Ojalá pudiera leer otro ahora! jajaj te aseguro que serías mi primera opción.

    Espero tener algún día un libro firmado por ti ;)

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  3. Me ha gustado mucho. Si escribes un libro, tengo dinero y sigues vivo, lo compraria.

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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