sábado, 19 de noviembre de 2022

I Ching

Hago scroll con el ratón en las ofertas de trabajo que están en mi correo. Me llegan centenares al día.

El teléfono vibra, siempre lo tengo en silencio. Una vez silencié el teléfono y nunca más le volví a poner el sonido. No quiero que nadie interrumpa mi silencio.

Lo miro y es mi casera. Me pregunta si me voy a ir en Enero del piso. No entro en la conversación para que no vea que la he leído. Me dice que le tengo que avisar con antelación.  Me agobia la situación de tener que tomar una decisión. Me da ansiedad estar en Madrid, estoy buscando un trabajo relacionado con lo mío, en el mundo audiovisual, en la redacción de contenidos, en las redes sociales, o con las cámaras de vídeo y fotografía, o editando vídeos. De guion ya ni me lo planteo porque ni siquiera existen ofertas del trabajo al respecto y no me van a contratar porque no soy bueno haciendo contactos, no se me dan bien los mamoneos, hacer la pelota a ciertas personas, el medrar, el chupar pollas a gente que se cree dios por estar en ciertas posiciones de poder. Me cago en todos ellos y los desprecio con toda mi alma. Además me siento un poco como Jodorowski cuando fue a aquel programa de televisión a decir que toda la televisión era una mierda. Casi todas las series que empiezo me parecen un insulto a la inteligencia, una sucesión de gilipolleces que al final de temporada prolongarán o no según la audiencia que tengan, que estirarán el chicle según les convenga y se cargarán la lógica de todas las historias que hay. No me gustan la inmensa mayoría de series, salvaría del fuego a Bojack Horseman, Gambito de Dama, Chernobyl y, por supuesto, The wire. “¿Y por qué estás en la televisión?” le preguntaron a Jodorowski. Y él contestó: “Para mejorarla”.

Y es que no sé si yo mejoraría la televisión, no sé si mejoraría las series, la gente no me toma en serio y es normal. Utilizo las redes sociales como un videojuego, como un instrumento para lanzar mensajes y esperar reacciones de la gente. Hay gente que se cree que las tonterías que publico van en serio. Desprecian la ironía porque a veces se sienten señalados. Dicen que la ironía es la figura literaria de la inteligencia. No hay más que añadir.

En Madrid no estoy aprovechando la ciudad, tampoco aprovecho el tiempo. Prefiero quedarme jugando al Football Manager e imaginar que todo lo que sucede en la pantalla es real. El mundo me aburre, las personas me aburren, la poca luz que veo en las personas se suele apagar con el tiempo. Es una ciudad hostil, cara y donde si quisiera ponerme a delinquir tendría todos los medios a mi alcance. A veces fantaseo con la idea de unirme a una banda latina, hacer un bautizo de sangre y conseguir ingresos al margen de la ley. Sería un infiltrado y tomaría nota de todo lo que hacen para luego publicar una novela al respecto. Algo así como lo que hizo el periodista de “Diario de un Skin”, me gustaría entregarme a una causa, a una religión, a una pasión, a un amor, a una idea política, pero considero que todas las causas tienen su tara y su mochila de piedras que te arrastran hasta el fondo del mar del colapso creativo. Hace tiempo estaba muy volcado en política, me metí en un partido, creía defender causas justas. Creía, incluso, ser mejor persona que el resto porque quería el bien de la humanidad, quería mejorar el mundo, quería acabar con las desigualdades, quería militar en la izquierda para hacer de mi idealismo una realidad. Pero estar en política es como estar en el mundo del audiovisual, para conseguir cosas tienes que hacer la pelota al líder de turno, votar lo que ellos te digan en las asambleas, ser leal a las personas y no a las ideas si quieres mantener tu sueldo y tu cargo. Al final, cuando estás en política, te das cuenta de quién manda realmente en el mundo. Y los que mandan no son otros que los que tienen el dinero y financian a esos partidos. Es triste, pero es así. Hay poderes superiores a esos políticos que dictan las leyes y lo que se tienen que hacer. Por eso ya no me creo nada de nadie, no creo que busquen el bien de nadie, son unos corruptos y comprados y no queda nadie honrado porque para sobrevivir en el mundo de la política tienes que pasar por pruebas, por aros, por bautizos de sangre, como las bandas latinas, para que te acepten entre ellos. Yo me declaro un antisistema total. No quiero un mundo gobernado por el dinero. Pero no existe ni existirá alternativa política que quiera cambiar realmente el sistema, no existe nadie que quiera acabar con el dinero, no existe partido que proponga pagar los gastos del estado con el dinero que hay y no con préstamos y bonos a diez años que prestan no sé qué señores, que no se sabe quiénes son, y que se llevan una jugosa comisión de intereses y que si no pagas te van a hacer pagar sí o sí, con métodos propios de la mafia siciliana.

Sigo preocupado. Sigo sin saber qué hacer. Me voy al bar, me tomo un café. Luego voy a la casa de apuestas que está al lado de mi casa y entro con todos los acabados y atrapados de allí, gasto mi dinero en apuestas absurdas que ni ganaré ni me harán rico. Pero la bebida es barata en esos lugares y no me apetece socializar con nadie.

Pago 750 euros de alquiler más gastos. No entra ningún ingreso en mi cuenta salvo cuando tengo suerte con las apuestas. Pero pierdo más que gano. No tiene sentido que siga perdiendo el tiempo aquí. Nadie me va a llamar porque le doy asco a todo el mundo, casi tanto como el asco que a mí me dan todos. Pero tengo la suerte de no convivir con nadie, no comparto piso con ningún gilipollas, ni con ningún guarro, ni con subnormales profundos y sólo por eso vale la pena pagar el precio de la libertad.

A veces pienso que me gustaría meterme heroína para experimentar alguna sensación de placer al cabo del día. Pero sé que acabaría mal, Madrid está llena de yonkis y yo acabaría yendo a La Cañada Real todos los días a por mi dosis y acabaría atracando farmacias para suministrarme mi dosis. No lo veo un buen plan.

Salgo de la casa de apuestas. De pronto busco en Google donde hay una persona que eche el tarot cerca. La llamo y le pregunto si puedo ir ahora. Me dice que sí, que me pase.

Llego hasta el edificio. Está oscuro. Es una cuarta planta. Una señora con el cabello moreno y pendientes raros me invita a pasar. Es muy amable conmigo. Nos adentramos en un pasillo. Todo está lleno de figuras de la virgen, de velas, de atrapasueños, de dibujos de indios cherokee, de piedras con alguna propiedad curativa. Me hace sentarme en una cómoda silla y me dice que corte la baraja. Me pregunta qué quiero saber y le digo que quiero saber si seré feliz. Me mira un poco extrañada porque la pregunta es algo ambigua pero comienza a echar las cartas.

Veo que aparece mi carta, la de El loco, la de Dionisio, el viajero loco incansable. Me dice todo lo que debo hacer, los altibajos que tendrá mi vida, que no me confíe, que mantenga la guardia y que sea perseverante en mis ambiciones.

De pronto me pregunta.

-¿Conoces el I Ching?
-Sí –le digo.
-¿Quieres que hagamos una tirada?
-Venga, ¿Por qué no?

Echamos el I Ching. Sé que I Ching significa “Libro de las mutaciones” porque Bunbury tiene un disco que se llama así.

La señora muy amablemente comienza a recitarme lo que significa mi tirada. Me quedo sorprendido porque da en el clavo en ciertas cosas muy concretas. Llega a asustarme su precisión milimétrica con mi situación. También me dice que una persona influyente se pondrá en contacto conmigo para ayudarme, que no rechace la ayuda.

No contaré más, pero después me despedí de ella y le di una cantidad de dinero prohibitivo. Un dinero que me costó más de una noche de insomnio de ganar. A veces el dinero lo mido por la cantidad de jornadas de trabajo que me costó de ganar. A veces me siento muy culpable por gastármelo y otras pienso: qué cojones, bien que me lo he ganado y me merezco esta mierda.

Pero el saldo se acaba. El trabajo no llega. Sobre mí pesa la posibilidad de volver a Cullera, tal vez como un fracasado, como alguien que no consiguió abrirse paso en el mundo laboral porque es un puto antisocial de mierda.

La casera me vuelve a escribir. Me dice que le tengo que dar una respuesta.

Bloqueo la pantalla del teléfono, suspiro lamentándome.

De pronto veo un mensaje. Es un amigo con el que hace años que no hablo.

-He visto que estás buscando trabajo, llevo años en la ONG más grande del país, hay un puesto en la sección de comunicación. ¿Te interesa?

Pienso en el I Ching, en su predicción y en la necesidad inmediata que tengo de escribir.

Es lo único que me queda.

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