domingo, 2 de octubre de 2022

El guionista

Ya hacía al menos siete meses que Yolanda y yo no follábamos. Y es paradójico, porque acepté un trabajo como guionista en la industria del porno y ni siquiera se lo dije. No estaba muy orgulloso de ese trabajo. Ni siquiera sabía que para esos vídeos necesitaban a guionistas pero no podía rechazar la oferta porque me hacía falta el dinero. Me hicieron una prueba. Tenía que escribir una escena y me dijeron que cuantas más etiquetas tuviese más visitas tendría el vídeo, así que me recomendaron que dejase volar la imaginación y mezclase todas las categorías posibles en un solo vídeo. Me puse a ello y no fue fácil, pero conseguí escribir una escena con un montón de variedades para que se catalogase en muchas más categorías. Creo que lo hice muy bien. Plasmé muchas perversiones, muchas fantasías y puse escenas que a mí no me motivaban nada pero sabía que a los grandes aficionados al porno les gustarían aunque era muy difícil contentar a todo el mundo.

Unas semanas más tarde recibí un email. Me comunicaron que ya habían rodado la escena y me mandaban un enlace al vídeo. Fueron muy rápidos. Entré en el enlace del vídeo y me dispuse a verlo.

Vi aparecer a Yolanda en el vídeo acompañada de un varón con intenciones monotemáticas. ¿Qué hacía ella allí? ¿Qué estaba pasando? Me estaba dando taquicardia. Ambos se desnudaron y comenzaron a darle al tema. Sin duda era ella. ¿Cómo podía hacer esto? ¿Pero con qué clase de persona estaba saliendo? Realizaron todos y cada uno de los movimientos que describí en el guion e interpretaron cada línea de diálogo, pero lo peor fue cuando entraron dos hombres más y le hicieron exactamente todo lo que había escrito. Quería parar de ver el vídeo pero a la vez tenía una curiosidad irrefrenable por verlo hasta el final.

Me mataba ver que estaba disfrutando más que en su vida, hacía con buen gusto todo lo que había escrito. Ella nunca había sido actriz y lo que más me dolía era verla disfrutar como nunca había disfrutado conmigo. Esa cara de placer era imposible de fingir, tenía múltiples orgasmos, estaba desatada, entregada y disfrutando de la situación. No se saltaron ni una línea de guion, no se saltaron ninguna escena, hicieron todas y cada una de las etiquetas que propuse.

No podía concebir lo que estaba pasando. Podría pensar que era sólo una escena, que ella se había metido a actriz y que las actrices hacían y decían cosas que no sientían. No quería ser de esos novios mediocres que se enfadan con sus novias actrices porque tienen escenas de sexo o tienen que besarse en las películas. Pero a la vez me daba cuenta que todo lo que estaba pasando era real, entonces me pregunté si el porno pertenecía al género de ficción o a un género más documental. En esas escenas había acciones que no pertenecían a la ficción porque lo estaba disfrutando realmente. Sé que a lo largo de la historia se han hecho muchas películas de cine convencional con escenas de sexo reales, pero no podía ponerme en esa tesitura, sabía que ella no podía fingir eso.

Esa tarde la esperé en casa sentado en el sofá, muy nervioso. Al oír sus llaves abrir la cerradura fingí tranquilidad. La observé entrar, la saludé como si no supiera nada. Hizo sus cosas y luego se vino al sofá a sentarse conmigo. La miraba atentamente como quien mira una aparición mariana.

–¿Cómo estás? –le pregunté.
–Pues bien, como siempre –me respondió.
–¿Has hecho mucho ejercicio últimamente?
–No, no tengo tiempo, ya lo sabes.
–Vale, vale, es que te noto más en forma.
–¿Más en forma? ¡Qué cosas tienes!
–Sí, tengo muchas cosas… como por ejemplo… ¿Cuándo empezamos a distanciarnos tanto?
–¿Qué preguntas haces? ¿Estás bien? Estás muy raro desde que he venido.
Estoy planteándome muchas cosas de la existencia. Eso es todo.
–¿Y por eso te da por filosofar?
–Algo así.
Bueno, pues va, filosofa.
¿Quién crees que es más culpable? ¿el que idea una acción o quien la ejecuta?
–En serio… ¿Qué pregunta es esta?
Quiero que respondas.
–Pues pensar no es delito, las cárceles estarían llenas si encerrasen a la gente por lo que piensa.
–No exactamente, mira a Charles Manson, que lo encerraron por idear todos esos crímenes –le dije.
–No sé a dónde quieres llegar –me dijo.
–Yo tampoco. Pero me acuerdo de esa frase de misa que dicen que hay pecados de pensamiento, palabra, obra u omisión.
–Todo el mundo peca de pensamiento.
–Sí, pero imagina que todo lo que piensas y escribes al final se hace realidad en un plano entre la ficción y la realidad.
–¿Pero a ti qué cojones te pasa hoy?
–No lo sé, estoy raro.
–Ya lo veo, y te ha dado por tus filosofías estúpidas.
–No son estúpidas, es que imagina que alguien escribiera el guion de nuestras vidas. ¿Seríamos libres? ¿Seríamos títeres del guionista? ¿No tenemos autonomía? ¿Somos lo que nuestro creador haya decidido hacer con nosotros?
–Yo me siento muy libre, hago lo que quiero –dijo Yolanda.
–¿Y si no lo fueras?
–¿Por qué lo tengo que dudar?
–Porque tal vez sólo seamos una parte de ese que escribe nuestras vidas.
–Yo seguiría siendo yo, y no él.

Se hizo un silencio que no fue incómodo.

–¿Por qué nos hemos distanciado? –le insistí.
–Estamos juntos ahora mismo.
–No es distancia física, es distancia mental. Ya no me cuentas nada de ti.
–Creo que es cosa de la rutina, el amor a veces deja de ser hormonal y comienza a ser más racional.
–Pues yo estoy harto de amor de cartón. Hay algo que quiero decirte.
–Dime.
–¿Cuánto tiempo hace que no follamos? –pregunté.
–Pues no lo sé. He perdido la cuenta.
–Pues deberíamos poner fin a esto.

 

 

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