domingo, 28 de octubre de 2012

Espérame



Dije que no lloraría. ¿Por qué entristecerse? Al fin y al cabo nos veremos pronto, tal vez en Navidad, en verano, el año que viene, algún día, no sé cuándo. Total, a veces hemos estado dos o tres meses sin vernos, incluso medio año, y no ha pasado nada. Cuando nos hemos vuelto a ver hemos continuado hablando como si el tiempo no hubiese pasado. Esto será lo mismo salvo que ahora no estarás ahí cerca, a tiro de piedra, para verte cuando me dé la gana.

Podremos seguir hablando por facebook, podremos seguir mandándonos mensajes por whatsapp, podremos llamarnos por skype. ¿Entristecerse por qué?

Esta noche, la noche de tu despedida, hemos estado distantes, como si nada pasara. Tú atendiendo a todos los amigos que han venido a tu fiesta de despedida y siendo hospitalario con ellos. No hemos tenido ninguna de nuestras charlas profundas, no era ocasión para eso. Era una noche para disfrutar de la compañía y para sonreír. No era momento de sentarnos en una terracita, como hemos estado haciendo este verano en Gandia, hablando de la socialdemocracia, tú tan comunista, tan radical, yo tan liberal, tan preguntón, tan insolente... tú rebatiendo todo lo que digo desde tu trinchera de comunista radical, afirmando cosas tan “atrevidas” como que para ti Izquierda Unida también es de derechas, que esos no son comunistas de verdad, o que te cagas en la Revolución Francesa, mientras yo hablo del nuevo neocomunismo tecnócrata que triunfará dentro de doscientos o trescientos años. Y divagábamos sin parar en esas noches largas, amenas, conversando entre copas, tú siempre con tu whisky y yo con mi ron.

Hoy no hemos tenido ninguno de esos debates apasionantes donde solucionamos los problemas del mundo, tampoco hemos hablado de Billy Wilder, ni de Hitchock ni del Mcguffin. Te has mostrado sonriente, como si nada pasara. Tal vez no le hemos dado importancia porque desde este verano nos llevamos haciendo la idea de que te vas. Esta no ha sido una noche de despedida, en realidad hemos estado como tres meses de despedida.

Parecía una noche más, como todas las que hemos vivido últimamente, pero a medida que avanzaba el tiempo el ambiente se enrarecía. El alcohol ha ido haciendo mella en nosotros y hemos comenzado a ser conscientes de que esta era la última noche. Hemos estado bailando, bebiendo, brindando, pero entre el sonido de la música tan alta de la discoteca se filtraba un silencio en las miradas de todos los que te queremos. Ella, la chica con la que has compartido tu último año en Madrid, era la que más expresaba esa mirada. He visto sus ojos mirándote y estaba pensando lo mismo que yo: era la última noche.

La gente de ese local iba y venía ajenos a ese tristeza que comenzaba a invadirme. Sin embargo tú eras el más tranquilo de todos. Cuando detectabas alguna mirada de tristeza tú ibas sonriendo a animarle, hablarle y sacarle tema de conversación.

No sé cómo sería mi mirada cuando he comenzado a pensar en todo eso que alguien ha venido a decirme:

-Estás serio, ¿estás bien? ¿te pasa algo?
-Sí, estoy bien –le mentí.

Me he puesto a beber Jagermeisters. Creo que han sido en total cinco chupitos. Te he invitado a unos cuantos. Te tenía al lado. Eran alrededor de las cinco de la madrugada y te he cogido del hombro y te lo he apretado. Te he mirado a los ojos emocionado. Tenía ganas de abrazarte y lo he hecho. Sabías qué significaba ese abrazo. Nos hemos abrazado un buen rato.

No hemos dicho nada durante unos segundos y al separarme te he dicho que recuerdo perfectamente el día que te conocí. Yo tenía cinco años, era el año 87. Estaba en el parque de enfrente de mi casa. Hablé contigo. Te acababas de mudar a Cullera y vivías en el mismo edificio que yo. Ese día llevabas una goma en la cabeza con la que jugabas. Te lo he comentado y tú no lo recordabas, eras un año más pequeño y es normal. Una de las primeras cosas que me dijiste fue: vente a mi casa y te enseño mis juguetes. Subimos a tu casa y tenías una habitación toda llena de juguetes. Me quedé impresionado. Estuvimos jugando todo el santo día. Tenías un camión de plástico que me encantaba, lo envidiaba. Desde entonces ya no nos separamos, todos los días yo bajaba a tu casa contigo y tu hermano o vosotros subíais a la mía. De eso ya han pasado 26 años y lo recuerdo como si fuera ahora.

-Fredy -me has dicho- eres mi mejor amigo.
-Y tú el mío ¿lo dudas?
-Te quiero mucho, y no te lo digo porque vaya borracho. Te admiro, te pongo siempre de ejemplo. Eres brillante, tienes una de las mentes más lúcidas que conozco. Tienes que ser grande. Debes hacerlo. Por favor, no te conformes con poco, yo sé que tú puedes dar mucho. Prométeme que aspirarás a lo máximo. Tú puedes llegar muy alto. No tienes límite, puedes trascender y aportar tu visión del mundo. Tú sumas con lo que dices y aportas mucho. Fredy, no sabes cuánto te quiero y admiro.

Yo te he dicho que gracias, que gracias, que gracias, repetidas veces. No me salían las palabras. Te he dicho de broma que con esas cosas me vas a enamorar mientras sonreía con los ojos empañados. ¡Es que me dan ganas de besarte! Te he dado un pico. Te he vuelto abrazar de nuevo.

Has sido mi compañero de batallas y de intimidades. Hemos crecido juntos y hemos evolucionado juntos, desde que hacíamos batallas de bolos en casa hasta que comenzamos a salir con chicas y nos contábamos lo que íbamos haciendo con ellas. Nos hemos ido contando cómo era nuestra universidad, nuestra clase, la gente que íbamos conociendo, amores, penas, tristezas, incluso hemos trabajado juntos en el restaurante de tu padre. Esa etapa la recuerdo como una de las más divertidas de mi vida, yo trabajando de pizzero y tú de camarero, que después de cada jornada laboral salíamos de fiesta y mientras trabajábamos nos íbamos poniendo borrachos, tú te asegurabas de que mi vaso de cerveza estuviese siempre lleno mientras hacía las pizzas y tu padre siempre me trató como si fuera un hermano más. Tu madre, cuando me conoció, tenía miedo de que tú te juntaras con un chico un año y pico mayor ¡Tenía miedo de que yo te introdujera en el mundo de las drogas! Y recuerdo cómo fue esa Pascua en la que me invistaste a El Perelló, tenía catorce años, recuerdo que íbamos todos los días a los recreativos a viciarnos en las máquinas. Son tantas historias que hemos pasado juntos, tanta vida vivida...

Ahora empieza otra etapa, una crisis te hace huir de este país que se hunde como el Titanic. Se me estremece el cuerpo cuando digo que mi mejor amigo se va a vivir a Australia porque allí buscan arquitectos. Australia... pienso en la palabra y en el país... Australia... suena tan lejos que me conmueve...

Podría ahora hablar de lo que ha hecho España por nosotros, por esta generación que huye, por estas tragedias que se viven a diario cuando uno más, y ya van muchos, se va de este país en busca de algo de esperanza. “A mí me jode el maldito optimismo con el que se ven estas cosas” decías, “no todo es tan bonito como lo pintan en Españoles por el mundo, es jodido irse, que no digan mierdas de esas de que se abren nuevas oportunidades. A mí no me gustaría irme, me voy, lo acepto, sí, pero que no se burlen de mí y me digan que encima tenga que ver esta situación de forma optimista”.

Pero no me apetece hablar de eso aquí. Ni Rajoy, ni el Rey, ni nadie sabe de estas cosas que se están viviendo por culpa de esta situación de mierda y no quiero ni mencionarles porque me dan asco y tampoco quiero que se crean unos dioses a los que hay que implorar como cuando antiguamente no llovía o las cosechas iban mal. No quiero darles esa importancia.

A mí lo que me importa ahora es que no sé cómo voy a estar contigo tan lejos. No lo sé, la verdad. Este lugar se me va a hacer mucho más hostil sin ti, compañero. Siento que este comentario sea egoísta: pero no sé qué voy a hacer sin ti. Y nunca te he dicho algo bonito porque siempre te he tenido ahí, pero te voy a echar de menos maldito cabrón.

Ojalá tengas allí la suerte que no hemos has tenido aquí.

Dije que no lloraría, lo sé, pero ahora mismo no puedo evitarlo.


4 comentarios:

  1. Es genial Fede, me ha encantado.
    Un beso de una compañera que compartió contigo un año de universidad.
    Samanta

    ResponderEliminar
  2. Una preciosidad de texto de principio a fin, compañero.
    No tengo más que añadir.

    ¡Qué suerte tiene tu amigo!

    ResponderEliminar
  3. Me encanta, es precioso. La amistad es el bien más preciado y recuerda, aunque estés triste, que ganarás un hogar al que ir en Australia.

    ResponderEliminar
  4. No, si la gente emigra por divertirse, a esa señora habria que expulsarla y que viviera lejos unos años, haber que opinaba despues. Estoy contigo: nada es igual.

    ResponderEliminar