Dije que no lloraría. ¿Por qué
entristecerse? Al fin y al cabo nos veremos pronto, tal vez en
Navidad, en verano, el año que viene, algún día, no sé cuándo.
Total, a veces hemos estado dos o tres meses sin vernos, incluso
medio año, y no ha pasado nada. Cuando nos hemos vuelto a ver hemos
continuado hablando como si el tiempo no hubiese pasado. Esto será
lo mismo salvo que ahora no estarás ahí cerca, a tiro de piedra,
para verte cuando me dé la gana.
Podremos seguir hablando por facebook,
podremos seguir mandándonos mensajes por whatsapp, podremos
llamarnos por skype. ¿Entristecerse por qué?
Esta noche, la noche de tu despedida,
hemos estado distantes, como si nada pasara. Tú atendiendo a todos
los amigos que han venido a tu fiesta de despedida y siendo
hospitalario con ellos. No hemos tenido ninguna de nuestras charlas
profundas, no era ocasión para eso. Era una noche para disfrutar de
la compañía y para sonreír. No era momento de sentarnos en una
terracita, como hemos estado haciendo este verano en Gandia, hablando
de la socialdemocracia, tú tan comunista, tan radical, yo tan
liberal, tan preguntón, tan insolente... tú rebatiendo todo lo que
digo desde tu trinchera de comunista radical, afirmando cosas tan
“atrevidas” como que para ti Izquierda Unida también es de
derechas, que esos no son comunistas de verdad, o que te cagas en la
Revolución Francesa, mientras yo hablo del nuevo neocomunismo
tecnócrata que triunfará dentro de doscientos o trescientos años.
Y divagábamos sin parar en esas noches largas, amenas, conversando
entre copas, tú siempre con tu whisky y yo con mi ron.
Hoy no hemos tenido ninguno de esos
debates apasionantes donde solucionamos los problemas del mundo,
tampoco hemos hablado de Billy Wilder, ni de Hitchock ni del
Mcguffin. Te has mostrado sonriente, como si nada pasara. Tal vez no
le hemos dado importancia porque desde este verano nos llevamos
haciendo la idea de que te vas. Esta no ha sido una noche de
despedida, en realidad hemos estado como tres meses de despedida.
Parecía una noche más,
como todas las que hemos vivido últimamente, pero a medida que
avanzaba el tiempo el ambiente se enrarecía. El alcohol ha ido
haciendo mella en nosotros y hemos comenzado a ser conscientes de que
esta era la última noche. Hemos estado bailando, bebiendo,
brindando, pero entre el sonido de la música tan alta de la
discoteca se filtraba un silencio en las miradas de todos los que te
queremos. Ella, la chica con la que has compartido tu último año en
Madrid, era la que más expresaba esa mirada. He visto sus ojos
mirándote y estaba pensando lo mismo que yo: era la última
noche.
La gente de ese local iba y venía ajenos a ese tristeza que comenzaba a invadirme. Sin embargo tú eras el más tranquilo de todos. Cuando detectabas alguna mirada de tristeza tú ibas sonriendo a animarle, hablarle y sacarle tema de conversación.
La gente de ese local iba y venía ajenos a ese tristeza que comenzaba a invadirme. Sin embargo tú eras el más tranquilo de todos. Cuando detectabas alguna mirada de tristeza tú ibas sonriendo a animarle, hablarle y sacarle tema de conversación.
No sé cómo sería mi mirada cuando he
comenzado a pensar en todo eso que alguien ha venido a decirme:
-Estás serio, ¿estás bien? ¿te
pasa algo?
-Sí, estoy bien –le mentí.
Me he puesto a beber Jagermeisters.
Creo que han sido en total cinco chupitos. Te he invitado a unos
cuantos. Te tenía al lado. Eran alrededor de las cinco de la
madrugada y te he cogido del hombro y te lo he apretado. Te he mirado
a los ojos emocionado. Tenía ganas de abrazarte y lo he hecho.
Sabías qué significaba ese abrazo. Nos hemos abrazado un buen rato.
No hemos dicho nada durante unos
segundos y al separarme te he dicho que recuerdo perfectamente el día
que te conocí. Yo tenía cinco años, era el año 87. Estaba en el
parque de enfrente de mi casa. Hablé contigo. Te acababas de mudar
a Cullera y vivías en el mismo edificio que yo. Ese día llevabas
una goma en la cabeza con la que jugabas. Te lo he comentado y tú no
lo recordabas, eras un año más pequeño y es normal. Una de las
primeras cosas que me dijiste fue: vente a mi casa y te enseño mis
juguetes. Subimos a tu casa y tenías una habitación toda llena de
juguetes. Me quedé impresionado. Estuvimos jugando todo el santo
día. Tenías un camión de plástico que me encantaba, lo envidiaba.
Desde entonces ya no nos separamos, todos los días yo bajaba a tu
casa contigo y tu hermano o vosotros subíais a la mía. De eso ya
han pasado 26 años y lo recuerdo como si fuera ahora.
-Fredy -me has dicho- eres mi mejor
amigo.
-Y tú el mío ¿lo dudas?
-Te quiero mucho, y no te lo digo
porque vaya borracho.
Te admiro, te pongo siempre de ejemplo. Eres brillante, tienes una
de las mentes más lúcidas que conozco. Tienes que ser grande.
Debes hacerlo. Por favor, no te conformes con poco, yo sé que tú
puedes dar mucho. Prométeme que aspirarás a lo máximo. Tú puedes
llegar muy alto. No tienes límite, puedes
trascender y aportar tu visión del mundo. Tú sumas con lo que
dices y aportas mucho. Fredy, no sabes cuánto te quiero y admiro.
Yo te he dicho que gracias, que
gracias, que gracias, repetidas veces. No me salían las palabras. Te
he dicho de broma que con esas cosas me vas a enamorar mientras
sonreía con los ojos empañados. ¡Es que me dan ganas de besarte!
Te he dado un pico. Te he vuelto abrazar de nuevo.
Has sido mi compañero de batallas y de
intimidades. Hemos crecido juntos y hemos evolucionado juntos, desde
que hacíamos batallas de bolos en casa hasta que comenzamos a salir
con chicas y nos contábamos lo que íbamos haciendo con ellas. Nos
hemos ido contando cómo era nuestra universidad, nuestra clase, la
gente que íbamos conociendo, amores, penas, tristezas, incluso hemos
trabajado juntos en el restaurante de tu padre. Esa etapa la recuerdo
como una de las más divertidas de mi vida, yo trabajando de pizzero
y tú de camarero, que después de cada jornada laboral salíamos de
fiesta y mientras trabajábamos nos íbamos poniendo borrachos, tú
te asegurabas de que mi vaso de cerveza estuviese siempre lleno
mientras hacía las pizzas y tu padre siempre me trató como si fuera
un hermano más. Tu madre, cuando me conoció, tenía miedo de que tú
te juntaras con un chico un año y pico mayor ¡Tenía miedo de que
yo te introdujera en el mundo de las drogas! Y recuerdo cómo fue esa
Pascua en la que me invistaste a El Perelló, tenía catorce años,
recuerdo que íbamos todos los días a los recreativos a viciarnos en
las máquinas. Son tantas historias que hemos pasado juntos, tanta
vida vivida...
Ahora empieza otra etapa, una crisis te
hace huir de este país que se hunde como el Titanic. Se me estremece
el cuerpo cuando digo que mi mejor amigo se va a vivir a Australia
porque allí buscan arquitectos. Australia... pienso en la palabra y
en el país... Australia... suena tan lejos que me conmueve...
Podría ahora hablar de lo que ha hecho
España por nosotros, por esta generación que huye, por estas
tragedias que se viven a diario cuando uno más, y ya van muchos, se
va de este país en busca de algo de esperanza. “A mí me jode el
maldito optimismo con el que se ven estas cosas” decías, “no
todo es tan bonito como lo pintan en Españoles por el mundo, es
jodido irse, que no digan mierdas de esas de que se abren nuevas
oportunidades. A mí no me gustaría irme, me voy, lo acepto, sí,
pero que no se burlen de mí y me digan que encima tenga que ver esta
situación de forma optimista”.
Pero no me apetece hablar de eso aquí.
Ni Rajoy, ni el Rey, ni nadie sabe de estas cosas que se están
viviendo por culpa de esta situación de mierda y no quiero ni
mencionarles porque me dan asco y tampoco quiero que se crean unos
dioses a los que hay que implorar como cuando antiguamente no llovía
o las cosechas iban mal. No quiero darles esa importancia.
A mí lo que me importa ahora es que no
sé cómo voy a estar contigo tan lejos. No lo sé, la verdad. Este
lugar se me va a hacer mucho más hostil sin ti, compañero. Siento
que este comentario sea egoísta: pero no sé qué voy a hacer sin
ti. Y nunca te he dicho algo bonito porque siempre te he tenido ahí,
pero te voy a echar de menos maldito cabrón.
Ojalá tengas allí la suerte que no hemos has tenido aquí.
Dije que no lloraría, lo sé, pero
ahora mismo no puedo evitarlo.
Es genial Fede, me ha encantado.
ResponderEliminarUn beso de una compañera que compartió contigo un año de universidad.
Samanta
Una preciosidad de texto de principio a fin, compañero.
ResponderEliminarNo tengo más que añadir.
¡Qué suerte tiene tu amigo!
Me encanta, es precioso. La amistad es el bien más preciado y recuerda, aunque estés triste, que ganarás un hogar al que ir en Australia.
ResponderEliminarNo, si la gente emigra por divertirse, a esa señora habria que expulsarla y que viviera lejos unos años, haber que opinaba despues. Estoy contigo: nada es igual.
ResponderEliminar