sábado, 2 de septiembre de 2023

La psicóloga


Cuando entré en la consulta de la psicóloga me temblaba el cuerpo. Esperaba que fuera como en las películas, que hubiera un diván, que me tumbaran y que ella tomara notas en su libreta mientras yo soltaba mi mierda. Pero no. Me senté delante de ella, como en la consulta de un despacho, con una mesa entre los dos.

Me costó muchísimo arrancar. No me salían las palabras. Nunca en mi vida había estado tan bloqueado. No sabía por dónde empezar. Me entraron ganas de llorar de la impotencia de no saber expresarme, de no saber qué hacía allí. De hecho, no creía en los psicólogos, me parecían timadores que daban consejos inútiles que no servían para nada, consejos que podría darte cualquier amigo o cualquier persona con experiencia.

Estás aquí por una ruptura, ¿verdad? Me dijo ella.
—Sí.
—No te preocupes, tómate el tiempo que quieras.

Estuve unos cinco minutos sin poder hablar. Mis sentimientos eran muy confusos. Estaba realmente mal. Había ido a la psicóloga porque la situación me estaba afectando a mi día a día, no me apetecía levantarme de la cama, sentía un dolor real en el estómago cada vez que pensaba en la situación y no podía quitármelo de la cabeza. No quería ir a clase, no quería hacer nada, sólo estaba lamentándome en la cama y haciéndome preguntas que no tenían respuestas.

Le conté la situación. Le dije que estaba conociendo a una chica, que estábamos saliendo y que a veces quedábamos. Todo era muy bonito hasta que un día un chico me habló por redes. Me dijo que veía que le comentaba muchas veces a Marta y que le resultaba raro, ya que él era su novio.

Al principio pensaba que era un tarado, me reí de él, le dije que el verdadero novio era yo, que llevábamos tiempo saliendo y que me dejara en paz. Entonces el tipo se propuso demostrarme que era él su verdadero novio, y aunque no quería escucharle comenzó a mandarme capturas de las conversaciones con Marta. Se veía que le decía «te quiero» y comentarios muy específicos que me recordaban a algo.

Miré mi propia conversación en la fecha y hora a la que le mandaba a él los mensajes y me sorprendió lo que vi. A la misma hora le estaba diciendo lo mismo a él que a mí, tal vez estaba usando el copy paste para las frases para no tener que escribirlas dos veces. Recuerdo una frase que le dijo a él a una hora concreta que decía «No sabes lo a gusto que me siento contigo, me haces sentir una persona muy especial». Y comprobé que un minuto después me dijo a mí la misma frase.

Me quedé en shock y sin poder reaccionar. Era imposible que ese chico estuviera inventándose las cosas. Era imposible que las capturas de pantalla fueran falsas porque a la misma hora decía las mismas cosas que me decía a mí. La imaginación y la maldad pueden llegar lejos, pero no tanto.

El chico me continuó hablando. Me mostró capturas pixeladas donde ella le mandaba fotos desnuda. Comencé a sentirme realmente mal porque yo muchas veces le sugerí que me mandara y nunca quiso y a él sí que se las mandaba. Entré en la conversación de Marta y lo último que había era un te quiero de ella. Me decía unas veinte veces te quiero al día. Me decía lo mucho que me amaba, lo bien que se sentía conmigo, lo importante que era para ella, lo mucho que pensaba en mí. Me estaba costando mucho procesar lo que estaba ocurriendo.

Hablé con Marta. Le conté lo que había pasado. Le pedí explicaciones. Le pregunté quién era ese que decía ser su novio. Comenzó a llorar y a negar todo. Decía que era mentira todo, que esas conversaciones eran falsas, que ella no conocía de nada a ese personaje. Le dije que era imposible que se lo inventara porque a la misma hora le decía las mismas cosas a mí que a él. Ella sólo hacía que llorar diciendo que parara de preguntarle por eso, por favor.

Cuando colgué el teléfono me sentí todavía más mal. Una parte de mí quería creerla, una parte de mí la amaba con locura. Era una chica que me había dado vida, que me había devuelto la fe en la humanidad y estaba absolutamente prendado de ella. Pero otra parte de mí sabía que ese chico decía la verdad, las conversaciones eran reales, tenían el estilo de escritura de ella y, además, le seguía en redes, así que era imposible que no le conociera de nada.

Nos estaba diciendo lo mismo a los dos. A él también le decía te quieros y te amos que yo creía exclusivos para mí. Me sentí la peor mierda del mundo porque todas esas palabras significaban mucho para mí, me hacían sentir especial y me creía, por fin, importante para alguien. Pero eran mentira, no tenían significado. Eran palabras huecas a las que me aferraba por si quedaba algo de verdad en ellas.

Se hizo un silencio entre la psicóloga y yo. Ella me miró atentamente. Yo estaba desolado. No estaba centrado en lo que tenía que estar porque le pregunté… ¿Por qué me miente? ¿Por qué me ha hecho eso?

Entonces ella me dijo que esa no era la pregunta adecuada, que nosotros no podíamos tomar decisiones por ella, que no estábamos en su piel, que de lo único que tenemos control es de lo que hacemos y sentimos nosotros. Y entonces me formuló la pregunta clave que me cambió la perspectiva de todo.

Después de lo que me has contado, ¿Tú quieres estar con una persona así?

La pregunta me llegó por sorpresa porque nunca había puesto el foco en mí. Yo quería aferrarme a que sus palabras fueran verdad, a que había algo de cierto en esos besos que me daba, a que me reconociera todo y perdonarla. Pero no había pensado en mí ni un sólo momento porque tenía la autoestima en el subsuelo, en una cripta, enterrada y muerta.

Me costó mucho contestar a una pregunta muy obvia.

No, no quiero estar con alguien así le dije.

Tuve una revelación, fue cuando me di cuenta que lo importante era yo. La pregunta fue clave para ponerme en valor y poner el foco en mí.

Me dijo que ya que lo tenía claro era hora de proceder para conseguir estar bien. Me dijo que lo primero que tenía que hacer era tirar todos sus recuerdos a la basura.

Quizás lo puedo meter en una caja y guardar.
—No, directo a la basura —sentenció la psicóloga.

Después me dijo que tenía que romper el contacto con ella, que debía borrar su número y bloquearla de todas partes porque ya había decidido que no quería una persona así en mi vida.

¿Y si me escribe?
—Borras el mensaje sin ni siquiera leerlo.

Al llegar a casa miré todas las fotos que tenía de ella. Las que teníamos juntos, las que me mandaba y la verdad es que me costaba mucho borrarlas. Pero me armé de valor y empecé a eliminarlas, las seleccioné todas y las mandé a la papelera de reciclaje, hice lo mismo con las del teléfono y comencé a sentir una sensación de poder indescriptible, una sensación que no he vuelto a experimentar nunca más en mi vida. Sentí que tomaba las riendas de mi vida, sentí que tenía yo el control. Estaba pletórico, lleno de energía, de entusiasmo, de vida. Estaba tirando a la basura a una persona que me había demostrado ser una basura. Estaba llevando a esa persona al lugar que se merecía en mi vida.

En la segunda cita con la psicóloga le conté todo lo que había hecho. Tuve que escribirlo y se lo leí nada más llegar. Ella apoyó su cara sobre su mano mientras me miraba fijamente y yo leía el texto de lo que había hecho y cómo me sentía. De pronto me interrumpió.

¿Sabes? Me encanta cómo escribes.

Tuve una risa nerviosa. Me hubiese encantado que hubiese sido una tirada de ficha pero ella era muy profesional.

Marta pasó a la historia y aprendí una lección muy importante, salí mucho más reforzado de todo eso, comencé a salir con amigos que me querían de verdad, con gente que me valoraba y seguí practicando mis aficiones con más ganas: seguí tocando la guitarra, escribiendo y haciendo cosas creativas. Me sentí muy poderoso y comencé a quererme mucho más.

También aprendí que a veces es mejor no buscar respuestas a las preguntas. Hay personas que no nos pueden dar una respuesta real que ponga en evidencia su miseria moral. Hay que aceptar que, simplemente, hay malas personas en el mundo y que ante la duda entre palabras y acciones, cuando estas se contradicen, hay que quedarse siempre con las acciones.

Me hubiese gustado seguir yendo a la psicóloga, pero no volví hasta muchos años después.

Pero esa es otra historia.

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