sábado, 1 de abril de 2023

El fotógrafo conflictivo

 



Durante años trabajé haciendo fotografías por las noches en discotecas. Hacía fotos a la gente y las subía a redes sociales. Eso generaba tráfico en los perfiles de las discotecas y la gente entraba más en los locales. La premisa era sencilla, tenía que dibujar un mundo idílico en esas fotografías, que la gente las viese y pensara que le gustaría estar en esa fiesta. Tenía que salir gente guapa, tías buenas y tíos buenos, gente con estilo y con carisma.

Todo lo que yo no era.

Una de las primeras cosas que me dijeron fue que no sacara a gitanos en las fotos que subiera. Pero les dije que eso no era muy ético.

–¡Pues claro que no es ético! ¡Pero si la gente ve muchos gitanos en mi local no querrán venir! Tú haz lo que yo te digo que para eso te pago –me dijo el jefe.

Prefería no tener problemas con nadie y por eso no contradecía nunca las decisiones que tomaban otros por mí. Tenía pánico al conflicto, los evitaba, no quería enfrentarme a nadie nunca, no quería que nadie se sintiera mal por mi culpa y a veces ese miedo a hacer sentir mal hacía sentirles mal y era un pez que se modría la cola.

Acudí a mi primera noche en las discotecas con mi cámara y exploré el local. La gente que trabajaba allí me invitaba a copas, me trataban todos muy bien y siempre me pedían millones de fotos que gustosamente les hacía. Hacer fotos siempre me había apasionado y que me estuvieran pagando por ello me parecía poco más que un milagro. Estaban dándome dinero por algo que haría gratis.

Luego empecé a pasearme entre la gente y tímidamente le pedía a la gente que se pusieran para una foto. Ellos posaban para mí con las posturas más variopintas y aquello empezaba a ser divertido. Salir a tomar fotografías era como salir solo de fiesta y encima no te hacían falta amigos. Y salir solo tenía una ventaja: no dependías de nadie, nadie te esperaba y no tenías que mover a un grupo de personas para hacer lo que te apetecía. Tenía completa libertad.

Cuando haces fotos a la gente hay un síndrome que se repite entre los que posan: y es que siempre juntan las cabezas, inclinan sus cabezas hacia el lado donde está la otra persona y se las pegan como si fueran retrasados mentales. Siempre tenía que decirles que no acercaran las cabezas. También me dedicaba a darles instrucciones para que salieran mejor. Yo sabía lo que querían mis jefes así que en vez de decir “saca tetas” les decía “pon los hombros hacia atrás” y me obedecían devotamente.

A las semanas de trabajar de fotógrafo ya todo el mundo me conocía. Me saludaban por mi nombre y, acto seguido, me pedían que les hiciera una foto. Conocí a muchas chicas, a gente maja, a personas encantadoras que me trataban como a uno más de sus amigos, o quizás mejor, porque querían que las sacara especialmente guapas para lucir bien en redes sociales y que las agregaran cuantas más personas mejor.

En una de esas noches me acerqué a un grupo de chicos. Les dije que posaran para una foto y automáticamente se pusieron ante mí con su mejor sonrisa. Luego me pidieron ver cómo habían quedado en la foto y yo se las enseñaba y charlábamos sobre la vida. Pero un chico de los que habían salido me preguntó si iba a subir la foto.

–Sí, son para las redes sociales de la discoteca –le dije.
–Tío, pues no subas la mía.
–Pero, ¿Por qué? –Si sales superbién.
–No, no quiero que la vea mi novia. Ella se piensa que estoy en casa durmiendo.

No dije nada. No opiné nada. Simplemente asentí para evitar el conflicto y le desee que pasara una buena noche.

Al día siguiente, cuando editaba las fotos y las subía me di cuenta que tenía dos mil fotografías de toda la noche. Las solía editar en masa, es decir, una vez tenía los ajustes de una foto los copiaba y las pegaba al resto y quedaban geniales. Luego hacía una selección por encima y las subía. Pero no recordaba quién era el chico que me pidió no salir en las fotos. Lo que no podía hacer era borrar todas, así que subí todas las que me parecieron. Al fin y al cabo su novia no estaría pendiente de las redes sociales de una discoteca de mierda. No había nada de lo que preocuparse.

Pero la noche es oscura y alberga horrores y pronto me di cuenta. La gente cuando sale se emborracha y saca lo mejor y lo peor de sí mismos. Se convierten en bestias salvajes sin raciocinio y empiezan el ritual del apareamiento, asistes al espectáculo de la vida, de la perdición y de la molicie.

Es cuando empecé a fotografiar, aparte, para mí, fotos de esa noche que quería narrar. Durante mucho tiempo fantasee con crear un fotolibro que narrara la decadencia de la noche. Incluso una vez estaba en la puerta y dos personas empezaron a pelearse, me pareció otro apartado de la noche que debía documentar y empecé a hacer fotos de cómo se daban de hostias con tan mala fortuna que disparé el flash y ambos contendientes se dieron la vuelta hacia mí y dejaron de pelearse. En ese momento pensé que el que iba a recibir una paliza era yo y, cómo sabéis, me asusté mucho porque odio el conflicto, pero el portero de seguridad me salvó de la caza y me rescató. Eso sí, nunca me preguntó qué cojones estaba haciendo fotografiando a dos idiotas peleándose.

Mi carpeta de fotografías decadentes empezó a aumentar de forma considerable. Cuánto más patética era la foto más pensaba que tendría posibilidades de salir en mi fotolibro sobre la decadencia de la noche. Gente acabada, drogados, prostitutas,  cocainómanos haciéndose rayas en la barra, gente por el suelo, locos bailando como si se creyesen que estaban en Dirty Dancing, todo estaba documentado en mi carpeta y cada vez me entusiasmaba más ir a trabajar para acabar de hacer el libro definitivo sobre el mundo de la noche.

De pronto, una noche un gitano se me acercó.

–Oye, siempre nos haces fotos pero nunca subes ninguna. ¿Qué te pasa con nosotros?
–A mí nada, la verdad, no entiendo por qué no salen.
–Eres un mierda, lo sabes ¿no?
–No me digas eso, yo no elijo las fotos que se suben –mentí.
–¿Y quién las elige?
–Mi jefe, yo se las mando y él las sube –volví a mentir.
–Pues hablaremos con él.
–Vale.
–¿Quieres hacerte una raya con nosotros?
–No, gracias, muy amable, no me meto, gracias –siempre agradecido para evitar el conflicto.

 

No negaré que incluso alguna vez ligué. Con el rollo de ser fotógrafo, de que posen para ti, de estar siempre ahí, de ser amable con la gente, algo me tenía que comer. Pero eso no lo documenté, lamentablemente. Estaba pensando que ese era el mejor trabajo que había tenido en mi vida, hacer fotos, conocer gente, ligar, beber gratis, pasárselo bien, hacer una documentación secreta para un libro sin que nadie se entere, ¿Qué más podía pedir?

 

Esa misma noche alguien me tocó al hombro y me giré. Esa cara me sonaba.

–Eres un hijo de puta –me dijo.
–¿Pero qué dices?
–Subiste la foto, cabrón, te dije que no la subieras para que no la viera mi novia.
–Hostia, tío, lo siento mucho, yo no soy el que las sube –mentí otra vez para evitar conflicto.
–¿Sabes que me ha dejado? ME HA DEJADO POR TU PUTA CULPA.
–Tío, que no soy yo quien las sube –creo que nadie se creía esta burda excusa.

Me alejé de él, creo que tenía ganas de pegarme. Me pregunté cómo era capaz de echarme a mí la culpa de su fracaso con su novia y que jamás se le haya pasado por la cabeza que tal vez el que tiene la culpa de que su novia le deje sea él, por estar de fiesta cuando finge que está dormido. Que sí, que puedes tener pareja y salir de fiesta, como es obvio, pero si estás mintiéndole tal vez deberías plantearte que el problema está en tu puta cabeza y en tus putas mentiras y no en el fotógrafo que hace fotos y las sube.

Así que me harté, dejé de exponerme ante los gilipollas, dejé de ir sin avisar a la discoteca, incluso no fui a cobrar la última noche que me debían. Los mandé a tomar por culo y dejé de documentar esas noches de las que acabé harto.

Era la única forma de evitar todo tipo de conflictos.


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