Lo que más te gusta de El secreto de sus ojos es el doble juego de guión
con la interpretación de las miradas. No sólo descubren quién es el
asesino interpretando las miradas de él en las fotografías, sino que
durante toda la película, en esa historia entre Irene y Expósito, la
mirada de ella no miente, las palabras dicen una cosa pero las miradas
están diciendo otra, y es ahí donde entra el gran trabajo del director y
de los actores que supieron plasmar ese juego de guión a la perfección.
Y lo mejor es que el protagonista no logra descifrar el secreto de los
ojos hasta que escribe, hasta que desempolva la máquina de escribir del
armario del temor, esa máquina a la que no le funciona la tecla “A” y
que transforma los “te amos” en pesadillas donde sólo dice “temo”.
Todo
esto te lleva a una conclusión: escribir sobre el amor es lo que te
hace entenderlo. Pero.. ¿Sabes qué es lo mejor del amor? Que nunca
aprendes nada nuevo. Tú presumías de saberlo todo, sabías dar consejos a
los que te leían. Te atrevías a autoproclamarte el gurú de los consejos
amorosos. Sabías amar de forma teórica igual que Sheldon Cooper
aprendía a nadar de forma teórica. Creías saberlo todo e incluso
escribías artículos en tu blog en los que ayudabas a la gente a entender
qué era eso del amor. Algunos se ponían en contacto en privado contigo y
te contaban sus problemas. Tú muy amablemente les respondías, les
aconsejabas, les guiabas, luego volvían agradecidos a decirte que
gracias a ti pudieron ver las cosas con claridad.
Se te llenaba
la boca hablando de lo que es amor y lo que no es. Decías que una cosa
que te hace sufrir no es amor, que es otra cosa, pero no amor. Y los que
no salían de relaciones dañinas los considerabas unos tontos por seguir
con eso que les hacía daño.
Pero lo cierto es que las lecciones
que te da la vida nunca son suficientes para saberlo todo. Lo más
grandioso y lo más ridículo que tiene el amor es ver a las personas de
incluso de cuarenta o cincuenta años siguen cometiendo las mismas
tonterías que cuando tenían diecisiete años.
Tú presumías de ser
maduro con las ideas claras con esas cosas y acabaste patas arriba,
vuelto del revés. Despreciabas los celos por haberlos sufrido en tus
carnes y acabaste siendo celoso. Despreciabas los que no veían las cosas
claras y las relaciones como algo matemático y acabaste perdiendo toda
lógica posible. El resultado final es que acabaste despreciándote y
tropezando con todas las piedras que detestabas, una por una, sin
excepción, convirtiéndote en todo aquello que no querías convertirte
jamás.
Acabaste llorando en tu cama, pensando que ya no la
volverías a ver nunca jamás en tu vida, que estaba con otro, y
recordabas a Neruda “Pensar que no la tengo, sentir que la he perdido”,
“tu alma no se contenta con haberla perdido”, “Su voz, su cuerpo claro,
sus ojos infinitos”.
Y sentiste la impotencia de no poder hacer
nada, de no poder resucitar a un muerto que ni siquiera quería vivir. En
sus últimas horas en el hospital tu aguardabas a su lado esperando a
que se despertara del mal sueño, le hablabas para que no perdiera el
hilo de consciencia con la realidad, no querías que se durmiera y que
entrase en coma definitivo, pero en ese momento te dijo “vete, me
molestas, estás forzando”. Y acabaste viendo como moría y pasaba a otro
mundo distinto.
Tu vida se convirtió de nuevo en una cueva de
sombras en blanco y negro. Ella le dio color y luz a tu vida, como sólo
pueden hacer las personas puras y auténticas. Con ella los objetos
inanimados recuperaban la sonrisa y los días tenían sentido, la ilusión
era grandiosa, y sólo el hecho de pensar que algún día la volverías a
ver te reconfortaba. Amabas acariciarla mientras hablabais en la cama
desnudos después de correros, te gustaba que te contase sus historias,
te llenaban de ilusión, quizás en términos reales sólo fue algo que duró
tres días, pero en la película de Los Puentes de Madison también
sucedió así. Te sentías bien mirando sus ojitos y riendo cuando imitaba
la carita inocente de Line. Tu vida gris, vacía y áspera se llenaba de
ternura porque podías ver a través de su mirada pura, de sus inocentes
mundos, como si ella no estuviese mezclada todavía con el hastío real y
sucio y fuese lo único real que quedase en la Tierra. Ella era como uno
de esos músicos del metro que tocan piezas musicales bellísimas que son
capaces de hacer que la gente apresurada por su monotonía cotidiana se
detengan para poder regalar algo bueno a sus oídos, como uno de esos
coches antiguos que se escapa a la norma y que circula por la ciudad
haciendo que todo el mundo se gire impresionado a su paso. Pues así pasó
ella por tu vida, como un arco-iris en medio de una fotografía en
blanco y negro, entre la muchedumbre que iba y venía se detuvo a tu lado
y con voz tierna te dijo “tú eres dulce”. Y tú también te detuviste
para contemplarla, mirar sus ojos y seguir escuchándola. Te quedabas
embrujado con sus palabras. A partir de entonces lo que sucedía
alrededor, a ritmo vertiginoso, poco importaba. Te gustaba escucharla.
¿Cómo
ibas a olvidar algo así tan rápido? ¿Cómo ibas a superar algo así de la
noche a la mañana? ¿Cómo ibas a estar preparado para algo tan
inesperado tan pronto? Y es cuando piensas en ese cuerpo fino que
amabas, en esa sonrisa que ya no tienes, que son de otro, como decía
Neruda. Y lo confirmas cuando visitas su cajita de trinos (que es la
mejor traducción de Tweet).
Te hundes y piensas. Y piensas. Y
piensas. Y no llegas a ninguna conclusión. ¿Hiciste algo mal? Empiezas a
ver tus fallos. Te miras en el espejo y no te encuentras. Huyes y te
destruyes.
Tratas de volver al planeta Tierra. Te mentalizas. Dices:
es normal, no pasa nada, ella tiene una edad, necesita vivir, es normal
que se ilusione. Tú sabías que en el fondo todo tenía fecha de
caducidad, sabías en el fondo que esto llegaría algún día, sabías que no
iba a ser para siempre, sólo era tu capricho, sólo era una más, solo
fue alguien en tu camino...
… pero de pronto dices ¿Cómo que fue
una más? Fue la única que consiguió verte tal y como eras. Fue la chica
que te trató de maravilla. La que hizo que tu corazón se recuperara.
Pudiste sentir algo y aunque tú no te fijas en los detalles, sólo el
hecho de recibir una carta llena de corazones para el día de tu
cumpleaños te hizo ver que era una de las personas más grandes del
mundo. Te sentiste lleno de ella. Era la persona más amable que habías
conocido en el sentido más verbal, y no adjetival, de la palabra.
Y
sigues preguntándote qué diferencia a ella de las demás. Y ante las
otras rupturas tú te planteabas seriamente “¿Alguien así me conviene?” y
tú contestabas con un severo “No”.
Pero aquí hay algo que no te
cuadra. Algo que se escapa a toda la razón lógica. Siempre te has
considerado un experto valorando miradas. Sabes que todo está en contra,
sabes que ya está todo hundido y quemado después del incendio, pero lo
que te impide aseverar un “no” contundente es su mirada. No puedes creer
que fingiera cuando te miraba a los ojos y te decía “te quiero”. Sigues
creyendo que en ese brillo en su mirada había algo auténtico salvo que
fuese la mejor actriz que ha dado el planeta en mucho tiempo con
actuaciones dignas de Oscar. Crees firmemente en esa mirada, más que en
las palabras dichas, y eso es lo que te desorienta, lo que te hace
dudar, lo que te impide decir ese “no” definitivo e irte en paz. Eso que
sólo tú has visto y sólo tú lo puedes creer. Aunque nadie lo crea ni lo
entienda, por eso no vale la pena explicárselo a nadie. Sabes que
incluso ella mismo lo niega. Pero tú sigues como esos locos que han
visto algo rarísimo y nadie le cree y acaba encerrado en el manicomio
sabiendo que ha visto algo increíble, al lado de los que ven ovnis,
extraterrestres y demonios.
Y en ese momento de dudas, después de
haberte propuesto y jurar ante Dios que no volverías a visitar su
ventana de los trinos lo vuelves a hacer. Esperas encontrar algún
mensaje de esperanza que te oriente y te siga haciendo creer en esos
ojos. Pero lo que descubres es mucho peor: descubres que esos ojos ya no
te miran, están mirando a otro, ilusionados y diciéndolo públicamente.
Te mata. No lo entiendes. ¿De verdad tú, el experto en las miradas, pudo
fallar tanto? Y no sabes si estás más cabreado con ella que contigo
mismo por haberte equivocado. Y es un pez infinito que se muerde la
cola. Entras en bucle incesante de contradicciones metafísicas
irresolubles. Y recuerdas que ella te preguntó una vez “¿Tú solo ves
cosas buenas en mí cuando ves mis ojos?” cuando hablabais de ese don que
tú decías poseer. Ella quería que afirmaras algo malo y tú sí que lo
veías. Había locura imprudente en su mirada. Locura de la buena pero que
a veces la hacía salvaje e incontrolable y la convertía en la leona
indomable. Eso le traía problemas con sus padres y con todo el mundo.
Contigo también. Pero nunca pensaste que algún día se revelaría tanto
contra ti.
Pero claro, tú eres adulto. Sabes entender que lo que
antes era luego puede cambiar y ya no ser. Los sentimientos no duran
eternamente. Eso le cabe en la cabeza de cualquiera. Lo que no lograste
entender fue la crueldad, o aquello que tú entendiste por crueldad. De
algún modo no quieres terminar de creer, aunque la realidad te ha
abofeteado demasiadas veces. En dos semanas los “te quiero” pasaron a
ser un “no te echo de menos”, “nunca volveré a estar contigo” y lo que
más te dolió: “con él siento menos, pero estoy mejor”. Era como una
contradicción intolerable. Como un insulto. Como si te dijeran “contigo
tenía más, pero me quedo con el que me da menos”. Y esas cosas te
desquician porque escapan a toda lógica. Y por mucho que trataras de
indagar, investigar, ver qué había detrás de esa afirmación te
encontrabas con incoherencias y bofetadas de realidad innecesarias. “no
me apetece hablar contigo y con él sí”.
Y realmente no podías
creer esas palabras. No podías creer que salieran de la misma persona
que hacía dos semanas te miraba con los ojos brillantes. No podías creer
que eso te lo estuviese diciendo la persona que llenaba tus días, esa
que al verte y caminar juntos en una misma dirección te decía “qué
guapo”, o que te abrochaba el botón de tu camisa con esa delicadeza y
dulzura propia de una niña.
Todo eso en unos días se transformó
en dolor, odio, ira, enfado, broncas, peleas, malas palabras y en un
torrente de mierda río abajo hacia el mar del desastre.
No vas a
entrar en detalles. Pero cada vez que entrabas en su página de trinos lo
hacías con la esperanza de confirmar si el brillo de su mirada todavía
existiría, aunque sólo lo veías en su fondo, con la fotografía que
retrató uno de esos momentos en el que su mirada le brillaba. Pero te
encontrabas una persona diferente, ida, sin alma, perdida, llevada por
la corriente, y te sentías sustituído por otro al que le dedicaba unas
palabras que consideraste muy innecesarias. Consideraste que el daño era
muy gratuito y eso te enfureció. Tal vez ella no lo hizo con mala
intención, tal vez el enfado era más por no ver lo que tú querías
encontrar y por ver la realidad tan dura. Pero a veces preferirías no
haberte comido la cabeza tanto para que, si eso que había dentro de ti
tuviese que morir, al menos tuviese una muerte pacífica, sin dolores y
con anestesia.
Y decides pasar de todo. Empiezas a recordar cómo
era tu vida antes de conocerla y piensas que eras feliz. Que claro que
podrás apartarla. Que nadie se muere de abandono. Que los que lloran por
amor son unos maricas. Te haces el ánimo. No pasa nada. Es mejor no
hablar. No podrás recuperarla nunca y es mejor no hacer nada. Que esté
con el nuevo, que en fondo de ti sabes que no es mejor que tú en muchas
cosas. Sabes que no puedes hacer nada en contra de los sentimientos. El
amor es una dictadura. El amor no tiene nada de comunismo, ni de lógica,
ni de justicia, el amor es la dictadura más cruel y caprichosa que
existe y va a su aire. A ti te queda que lo hiciste lo mejor que
pudiste, incluyendo tus fallos, que también forman parte de ti. Sabes
que olvidar se olvida fácilmente si te lo propones. Piensas que si ella
ha podido en una semana estar con otro, tú que tienes mucha más
experiencia y eres maduro podrás hacerlo en mucho menos. Sabes y te
autoconvences que una mujer así, tal como está ahora, no te conviene. Tú
vales mucho, y te lo repites constantemente. Te insuflas de autoestima.
Entras en la página de los trinos a decir quién eres. Te cagas en todo
lo que se menea e insultas a todo el mundo. Descargas rabia. Las tratas a
todas como unas putas y unas guarras. Pasas el día feliz. Hablas con
todas, pero no conectas con ninguna a otro nivel. Te has olvidado de
todo. Y de pronto entras en Spotify y escuchas música. Sale un anuncio
de un musical. Es el musical “Ay carmela”. Se te va la sonrisa del
rostro. Era el musical que fue a ver el día que os despistéis. La
recuerdas. La echas de menos. Quieres decírselo. No sabes cómo. Lo
último que has recibido de ella son broncas. Malas palabras. No
entiendes nada. Todo es un puto caos intolerable. Decides entrar a ver
los trinos, una vez más, aunque dijiste que no lo harías. Y lo que ves
no te gusta. Sientes que no existes para ella y ves que tu medida del
tiempo solo se mide en ella. Es horrible. Te llenas de rabia. De la
nostalgia del anuncio de “ay carmela” pasas a la rabia. ¿Por qué no se
acuerda de ti?
¿Por qué?
Vuelves a la realidad a golpe de
palabras. Tu vida está en blanco y negro sin su voz y sin las pinceladas
de sus sonrisas. Pero sabes que tú no puedes hacer nada por recuperar
sus sonrisas. Sabes que sonríe por otro. No vas a poder evitarlo.
Lo
más sabio por tu parte hubiese sido que no te hubieses enfadado.
Aceptarlo todo con serenidad. Tal vez ahora todavía fuerais amigos y os
podríais ver y tener encuentros. Sabes que con eso te conformabas porque
sería imposible algo más de momento. Además pensaste “menudo chollo,
tendré a una persona superespecial y a la vez me liaré con otras”. Pero
fuiste el gilipollas que no querías ser cuando empezaste a ver que
estabas dejando de ser el eje de su vida. Celos, manías, instinto
posesivo, muchas insensateces te invadieron para poder ver aquella
situación con suma normalidad. Sabes que podrías haber evitado perderla
si hubieses dado rienda suelta a sus caprichos y tú a los tuyos, que los
tenías y los tienes, sin que por ello se hubiese derrumbado el mundo.
Si algo tenías claro era que la querías y que, bajo ningún concepto,
querías perderla.
Te hubiese gustado ser su apoyo. Ser su guía
cuando está perdida. Haber recibido alguna visita. Protegerla cuando
está mal. Cuidarla cuando lo necesite. Haberla tenido como una gatita
que se acerca mimosa cuando necesita calor. Ser una referencia para
ella. Darle todo. Te hubiese gustado que te llegara alguna de sus
sonrisas cuando miras el hada de tu bolsillo. Con eso tu vida ya tendría
pinceladas de color y hubiese sido menos traumático que esto.
Y
eso sucede cuando piensas cosas. Te acuerdas de Madrid, y Madrid es
ella. Sabes que te va a resultar difícil volver a empezar. La vida en
gris es mucho más jodida cuando supiste que existe la vida de colores, y
por mucho que te gusten los clásicos del cine en blanco y negro sabes
que ahora todo es diferente. No lo puedes verlo igual.
Sabes que
vas a necesitar tiempo. Por eso decides acabar con todo. Piensas en tu
odio interior que la culpa es de él y no de ella. Y decides apuntar con
tus misiles. Napalm puro para dinamitar y hacer saltar por los aires
algo que no hará que vuelva, pero sabes que así será un punto de no
retorno. Sabes que si lo haces ya será definitivo, por mucho que ella ya
te lo haya dicho, sabes que así lo será porque eliminarás la esperanza.
Esa esperanza que como una vez escribiste en un poema decía: “Cada día
pierdo más la esperanza y todavía me queda ese poco que envenena.
¿Cuánta esperanza debieron darme al nacer si se cada día pierdo un poco y
todavía me queda?”.
Y decides disparar. Fuego a discreción.
Destruir todo. Desde el mundo olvidado de Valencia. Que se jodan todos.
Justicia poética.
Lanzas la bomba de Hiroshima...
… y mientras la bomba va cayendo, en tu cabeza sólo recuerdas esa mirada.
Y
aunque ella vuelva diciendo que se siente vacía, que te busca, que no
es feliz del todo, que no es ella misma, pero que pese a todo no quiera
poner remedio... decides poner fin. Amordazas a tu víctima y le dices
que no vuelva a decirte jamás algo así. Que ya ha habido suficiente como
para saber que está en un pozo y no quiere salir. Te ofende enormemente
que haga eso y le dices que si da un paso más soltarás la bomba... para
ver si consigues silenciarla...
… pero la mirada sigue ahí en tu
memoria mirándote, diciéndote “te quiero” y haciendo tu vida un lugar
mejor, sintiéndote alguien para alguien con su cuerpo dulce y sus
palabras finas...
… te preguntas si algún día volverá y se
abrazará a ti. Si te susurrará algo al oído, aunque sea un sueño
demasiado lejano. Te preguntas si podrías mirarla a los ojos de nuevo y
confirmar que ya no existe nada, certificar la defunción, e irte triste,
pero tranquilo...
… y esa mirada te habla, todavía te dice algo,
algo que estará dándote esperanzas aún después de haber arrojado la
bomba de Hiroshima, sabrás que esa mirada existió, y que nadie te podrá
convencer de lo contrario, aunque la hayas perdido...
… y tu
mirada la buscará, sabes que existe porque quedó inmortalizada en esa
foto que tiene de fondo en el rincón de los trinos...
… esa mirada no te engañará nunca y seguirá diciéndote todo.
Sueñas.
Tal vez ya no quieras eso para ti. El fuego se está apagando. No sabes
si serías capaz de mirarla igual. No sabes si serías capaz de
acariciarla. No sabes cómo sería mirarla. Pero si pudieras volver con
una máquina del tiempo volverías a ese lugar en el que ella se quedó
acurrucadita a tu lado, en el lado izquierdo de la cama, y se quedó
dormidita y tú la mirabas pensando: “ojalá pudiera detener el tiempo”, y
estando así ya podría llegar el apocalipsis. Sabes que si te dijeran
que quedan dos días para que se acabe el mundo uno lo pasarías con ella,
con esa que conociste, y que devolvió tus sonrisas con sus besos y te
hablaba con la mirada...
¿Y a ti? ¿Te dice algo la mirada?
Sólo tienes clara una cosa:
Necesitas saber si esa mirada existió y existe de verdad.
Tú, al igual que el protagonista de la película, también quieres desentrañar cuál es el secreto de sus ojos.
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