Cuando piensas en el pasado no recuerdas a mucha gente a tu alrededor. Por la mañana ibas a clase, a mediodía volvías, comías y luego por la tarde llegabas y estabas solo en casa. Tu madre estaba trabajando y tu padre dormía porque trabajaba de noche. De tu hermana no sabías nada, andaba en clases de repaso o se iba con sus amigas.
Tenías muchos muñecos y recreabas auténticas películas con ellos. También pasabas muchas horas jugando con el ordenador de casetes. Cuando no te viciabas te daba por dibujar a personas durante horas y horas. Era curioso porque había pocas mujeres en tus dibujos. Casi siempre dibujabas niños. Sería porque las niñas eran seres absolutamente extraños para ti. Ni siquiera hablabas con ellas. Ahora, aunque sí que hablas con ellas, las mujeres siguen pareciéndote igual de extrañas y fascinantes.
Tenías amigos en clase pero nunca te involucraste con nadie. También hiciste amigos en otros lugares pero no solías visitarlos entre semana. En tu casa sólo reinaba el silencio. Recuerdas que tu madre antes de irse descolgaba el teléfono para que nadie llamase y despertase a tu padre. También desconectaba parte de la luz de la casa para que no sonase la puerta de arriba. Así era imposible que nadie pudiese pasar a buscarte. Era como si tú no vivieses en ninguna parte. Como si no tuvieses una dirección en la que te pudiesen buscar tus amigos. Si alguien intentaba llamar a tu casa no contestaba nadie aunque estuvieses dentro.
Nunca pudiste alzar la voz. Desde que naciste aprendiste a no hacer ruido por el día. No podías poner la música alta. Te reñían si lo hacías. Tu padre se iba a trabajar a la una de la madrugada y para ti era normal esa silenciosa forma de vida.
Recuerdas una infancia llena de silencio y de soledad, llena de tebeos, de dibujos y de garabatos en una libreta. Te fascinaba mirar fotos. Las mirabas una y otra vez. Te gustaba coger la cámara de fotos para hacer fotos imaginarias que nunca se revelarían. Aprendiste a encender el video y la tele. No sabes exactamente cuántas veces viste las películas de Superman. Sabes que no exageras si dices que la viste más de cincuenta veces. Era tu película favorita y siempre te la ponías. La que más te gustaba era la primera de Superman. La dos no te gustaba tanto, los enemigos eran muy malos, y aunque sabías que al final Superman los vencería, ellos te daban miedo. No te gustaba verlos cuando hacían sus fechorías. La tres también te gustaba, pero no era tu favorita. También alternabas las películas de Superman con un vídeo que tenías de La Trinca. Una película formidable de humor y de surrealismo que entonces no entendías pero te fascinaba. Te parecía una obra de arte. Sus canciones como La patata o El cilindrín eran tus favoritas. Aunque desconocías su significado, ya apuntabas maneras con tus extraños gustos musicales.
A medida que creciste, tus amigos comenzaban a salir por las noches. Tú estabas acostumbrado a no relacionarte con gente. Preferías quedarte en casa leyendo las revistas que te comprabas con la paga. Nunca faltaban en tu casa la Hobby Consolas, la Micromanía y cualquier revista de informática que se te antojara comprar. También comprabas revistas de televisión, aunque no sabes bien por qué. Después ya te dio por comprar la “Muy interesante” y te la leías de cabo a rabo. Después, cuando ya estabas más crecidito, no faltaba en tu casa “El jueves”. Mucho tiempo después te diste cuenta de que en “El jueves” había viñetas que te gustaban de un tal Perich y descubriste que fue uno de los guionistas de la película de La Trinca que tanto te gustaba con cuatro o cinco años. Todo estaba comunicado.
No te gustaba salir de casa. Te gustaba quedarte encerrado en tu habitación. Algunos chicos de tu clase insistían en que salieras con ellos por las noches. Tú no querías. Todos comenzaban a beberse sus primeros chupitos, a tener sus primeras novias y tú pasabas de todo eso. No te interesaban para nada las relaciones humanas. Tenías catorce y quince años y no hacías lo mismo que los chavales de tu edad. No comenzaste a salir y a relacionarte hasta bien entrados los dieciocho.
Descubriste que no te gustaba estar rodeado de personas. Odiabas a la gente cuando gritaba. Tú siempre fuiste silencioso. Casi nunca hacías ningún ruido porque en tu subconsciente se quedó la idea de que siempre había una persona durmiendo en casa. Siempre fuiste cuidadoso con no arrastrar objetos y en no levantar la voz. Siempre hablabas con cautela. Sabías que si hacías ruido o levantabas la voz alguien te reñiría y por eso arrastraste siempre ese silencio que te envuelve. Aprendiste a no tener la lengua comunicada al cerebro. Tus pensamientos eran interiores. Tus reflexiones solías guardártelas. Sabías que pensabas grandes cosas pero no las decías. En clase nunca te llamaron la atención por hablar. Nunca solías hacerlo.
Pasabas desapercibido. Nadie reparaba en ti. Te aburría todo muchísimo. En clase sólo pensabas en las películas que te gustaban. Estabas obsesionado con Terminator, soñabas con ser igual que él. De hecho lanzabas miradas asesinas a la gente... pero nadie se enteraba de nada. Tus notas no eran sobresalientes, pero eran buenas tirando a mediocres. No te interesaba lo que te decían. Pero a veces, y sin saber por qué, sacabas un diez en algunos exámenes de asignaturas que te gustaban. Ni la lista de la clase se lo podía creer y algunos te preguntaban cómo lo habías hecho. Cuando eso ocurría te preguntaban si habías copiado. Todo el mundo siempre pensó que eras medio idiota.
Una vez en clase os mandaron hacer una redacción sobre cómo vivíamos en casa. Escribiste una redacción parecida a lo que cuenta este relato. Nadie dijo nada, pero un día, la profesora, sin venir a cuento, comenzó a hablar y a decir cosas sobre alguien. No estabas prestando mucha atención. Estabas centrado en tu libreta. Pero ella dijo algo como que en clase había alguien con mucha sensibilidad, que había alguien entre todos ellos que destacaba por su profundidad y su reflexión, y era alguien que valía la pena y que tenía un gran talento. Levantaste la vista extrañado para saber de qué hablaba la profesora y entonces añadió “y esa persona es...” y pronunció tu nombre. Te quedaste de piedra. Y entonces, como si en un escenario os encontrarais un foco de luz imaginario apuntó hacia ti y todo el mundo comenzó a mirarte. Tú en realidad no sabías por qué la profesora había dicho eso y en ese momento te molestó muchísimo ser el centro de atención. Ellos se preguntaban ¿Por qué él? ¿Qué tiene? Si es un raro. Y te incomodaste bastante.
Los psicólogos dicen que en tu vida siempre vas a desempeñar el rol que tenías en el patio del colegio. Estaban los líderes. Tú no lo eras. Estaban los altos, los fuertes y los guapos. Tú no lo eras. Estaban los que jugaban bien a fútbol y destacaban por eso. Tú tampoco lo eras. Tú simplemente eras raro y diferente. Te interesaban muchas cosas que a los demás no les interesaban. ¿A quién le interesaban las hormigas y las flores? Por suerte pudiste destacar siendo un gran portero de fútbol. Todos te admiraban por las paradas que hacías. Pero nunca te gustó ser portero, simplemente eras bueno.
Una vez una profesora comenzó a preguntar a cada uno de la clase qué querían ser de mayores. Uno a uno iban contestando sus profesiones favoritas: fontanero, futbolista, basurero, electricista, abogado, etc. Cuando llegó tu turno no contestaste y dijiste: “Primero hay que plantearse a qué aspiras en la vida y decirse a sí mismo ¿De verdad ser futbolista es lo que me hará feliz? Yo simplemente quiero...” y todavía no habías terminado de decir lo que realmente pensabas y toda la clase estalló en una gran carcajada. Todos comenzaron a reírse. Tus amigos te miraban y decían con su risa de pacotilla “estás loco”, “estás muy muy muy rayado de la cabeza”. Interrumpiste tu discurso al escuchar las risas. No te dio tiempo a acabar y decir que tú lo que querías es ser feliz. La profesora mandó callar a todo el mundo y te instó a seguir. Te negaste. No dijiste nada. La profesora insistió una vez más. Pero no hablaste más. Sabías que era inútil hablar de cosas serias rodeado de bestias. La profesora comprendió tu actitud y la madurez que tenías y pasó al siguiente alumno.
Ahora te das cuenta de que en ti siempre ha habitado un silencio que siempre está presente. Todo eso permanece en ti. Aunque ahora hayas cambiado, llames más la atención y provoques reacciones en la gente, sabes que en ti siempre está ese chico silencioso que divagaba mentalmente con sus fantasías en la soledad de su infancia.
Sabes que la soledad no te incomoda. Sabes que los momentos más felices de tu vida los has vivido solo y sabes que cuando estás con alguien tú cambias. Te conviertes en un mediador entre la otra persona y el “yo” silencioso que habita dentro de ti. Eres un punto medio. Y el chico solitario se esconde dentro de ti y el mediador que eres tú se relaciona con la gente, sonríe, conversa, pero sabes que ese “yo” verdadero anda a su puta bola, pasando de todo, pensando, e imaginando y construyendo su mundo de fantasía.
Sabes que el silencio habita dentro y fuera de ti... excepto cuando escribes.