Siempre he pensado que te podrías enamorar de una persona sólo viendo dónde vive, su habitación, su mundo, su lugar seguro. A mí me gustaba pasar horas y horas en casa de Beatriz. Su habitación era nuestro refugio. Cuántas tardes habíamos pasado acostados en la cama, mirando al techo, divagando, haciendo planes, filosofando y fumando.